Hace unas semanas iba en la combi y sonó el tema Starting Over de John Lennon, que me
hizo recordar sobre un tipo de mi barrio a quien le decíamos igual, en plan de
joda. Quise postear el vídeo de la canción con una pequeña historia sobre ese
personaje de cuando era mocoso, pero cuando me puse a escribir no pude
detenerme y me di cuenta que ya estaba escribiendo todo un cuento. Pues bien
acá les dejo lo que salió de ese recuerdo. Espero les guste. Antes les recomiendo
ir escuchando la canción que inspiró este relato dando click acá Starting Over.
EL JOHN LENNON DE MI
BARRIO
El verano de 1982 hubiese pasado desapercibido si no fuera porque
descubrimos que Carolina, la niña que hasta hace un tiempo jugaba a la
guerrita, se ponía de portero en las peloteadas o que patinaba hasta el malecón
de Miraflores con nosotros, se había convertido en toda una mujer después de un
prolongado viaje al norte del país. Y si antes nos latía el pecho cuando la
veíamos con su carita sucia de tanto corretear como un niño más de nuestra pandilla,
qué se pueden imaginar cuando la vimos mucho más alta, contorneada y con el
cabello suelto brillando al sol. Ya no sólo
fue el corazón lo que se aceleraba en
cada uno de nosotros, sino también comenzamos a sentir esas cosquillas en el
vientre que muchos afirman es el amor.
Pero si había cambiado físicamente, su transformación
implicaba, además, el de su persona. Nunca desde su llegada se acercó a la esquina donde jugaba con nosotros, ni
siquiera se juntó con las dos amigas que también eran parte de nuestro círculo.
Es más una vez desairó al Poluco, cuando la saludó en la panadería: “Disculpa,
pero yo no te conozco”, le dijo sin remordimientos y se fue dándole la espalda
a nuestro amigo, que en ese momento había dejado de serlo para ella. ¿El
motivo? Vaya usted a saber. Desde ahí como que nos dio no sé qué tratar de retomar
esa vieja amistad, y preferimos olvidar que alguna vez había compartido esa
inocencia de sonreír por nada en las estrechas calles de Breña. Aunque en el
fondo siguiéramos enamorados, platónicamente, de su persona.
Y así con esa primera decepción adolescente, y otros hechos
igual de relevantes para nuestra edad, empezamos a convertirnos en hombres;
mejor dicho, estábamos conscientes de que teníamos que crecer de una vez, ¿pero
para qué? No lo sabíamos en realidad. Sólo deseábamos tener pelo en pecho,
barba, fumar cigarrillos, beber cerveza. Y, sobretodo, frecuentar las putas que
según los mayores hacían mil y una cosas que nosotros veíamos en las revistas
porno que se conseguía el mañoso del Wachón.
Pero el cambio de Carolina como que nos asustó, y pensábamos
si el crecer implicaba olvidar a los amigos o dejar de ser lo que siempre
fuimos. Y como no teníamos algo o a alguien en quién fijarnos, como un modelo a
seguir, fueron pasando los días soleados con esa sensación de abandono que se
tiene cuando eres todavía un muchacho… Hasta que llegó a las calles de Breña un
tipo que nos llamaría a la fascinación, porque tenía todas las trazas del
hombre que deseábamos llegar a ser.
Tenía la pinta de los añejos jipis que aún se podían ver por
las calles de Lima, un rezago de la década pasada en donde habían sido héroes.
Alto, flaco, pálido con cara de atormentado pronto a llegar a los cuarenta; jeans desteñidos al tubo,
botas de cowboy, camisas gastadas o polos manga cero descoloridas por el Sol y
las axilas. Obvio que no podía faltar una larga melena que ataba con un
pilimili de escolar. Complementaba su cara de resaca unos lentes redondos al
más puro estilo de John Lennon. Se movilizaba sobre una vieja moto por las
calles donde jugábamos. Nosotros lo veíamos con admiración. ¿Algún día llegaríamos
a ser como él?, nos preguntábamos encendiendo nuestros primeros cigarrillos en
la esquina del barrio.
Pero a veces la moto se le malograba y el tipo tenía que
caminar por mi calle con ese andar de rebelde sin causa que, al tener un parecido a Lennon, nos provocaba
cantarle el estribillo de Starting Over,
con mi amigo el chato Richard. En una forma poco ortodoxa de admiración y
respeto.
Apenas lo teníamos cerca, el chato arrancaba con Our life (Tururú) together
(Tururú) is so precious (Tururú) together (Tururú) we have grown, we have grown... Como yo no sabía la letra, me encargaba del tururú para
llenar lo cantado. Todo solapadamente para que el Lennon de mi barrio no
pensara que estábamos burlándonos de él. Aunque sí se daba cuenta porque cojudo
no era, sólo que nos dejaba cantar para que hiciéramos nuestra palomillada, o
porque seguro le vacilaba ser comparado con John.
Pero una cosa es que te bromeen un par de veces, en plan de
buena onda, y otra que te estén jodiendo
cada vez. De hecho llegaría a perturbar al más creyente seguidor de Gandhi. Y
así sucedió, pues el émulo de Lennon pasó de disimuladas sonrisas, a hacer muecas de fastidio. Y cuando ya no
soportó más empezó a amenazarnos con sacarnos la mugre. Fue entonces que
dejábamos el corito de Starting Over,
y comenzamos a gritarle ¡John Lennon de chacra!, ¡John Lennon de chacra! Con la
cara hirviendo de cólera nos contestaba: Calla mocoso conchetumadre. Y
nosotros: fuera jipi reconchatumadre. Y él: cuando los atrape les voy a sacar la
putasumadre. Y nosotros anda nomás peluquitas rechuchadetumadre. Y así hasta
que hacía la finta de venir a atraparnos. Momento en el cual salíamos
disparados, entre carcajadas, por verle la cara de asado. Y de eso, fueron demasiadas
veces.
De hecho que nos había agarrado bronca, pero nunca llegó a atraparnos lo que creo aumentaba sus ganas de
desquitarse. Entonces lo comenzamos a odiar ¿Pero estaba bien lo que hacíamos?
¿Embroncarnos con el que consideramos un modelo a seguir? Pensamos por un momento de que en vez de andar
jodiéndolo deberíamos tratar de ser su amigo. En esas nos encontrábamos cuando un
día escuchamos el conocido rugir de su motocicleta que entraba de la avenida
Bolivia para el jirón Huaraz. Como siempre nosotros estábamos en la esquina, y
volteamos casi por inercia listos para salir corriendo, porque estábamos
seguros de que no iba a dejar que unos mocosos lo siguieran agarrando de
huevón. Pero no. Ni siquiera nos miró, pasó con el torso desnudo por nuestro
lado con la vista al frente y el semblante orgulloso de los hombres ganadores.
No comprendimos su actitud, hasta que nos dimos cuenta del motivo de su
orgullo. Sentada en la moto detrás de él, y aferrándose a su espalda, se
encontraba Carolina.
Sí, Carolina, pero si te digo otra vez el nombre, no vas a
poder imaginarte lo que era esa chica para nosotros, porque para ti únicamente sería
sólo eso, un nombre. Porque ella era
mucho más que eso, era todo para mi grupo de amigos… y para mí. Entonces para
no repetirlo te diré que era la flaca que más de uno hubiera deseado tener
cerca, para solamente sentir lo que es la hermosura. Porque, obviamente, ya no
íbamos a poder tocarla nunca más y si uno por alguna casualidad la rozaba, iba
a estar prohibido de sentir otra vez la suavidad, o la ternura, para siempre. Así
lo creíamos. Carolina era casi la perfección dentro de su largo cabello de
cerquillo marrón, su larga figura clara y sus ojos pardos. Ojos que habían
visto la vida en los últimos diecisiete años desde el balcón del engreimiento
paterno. Solamente tenía un defecto, caminaba de una manera medio robótica, lo
cual hizo que la rebautizáramos como la Biónica.
No podíamos creerlo. Ella estaba ahí enlazándolo con sus
brazos y recostada sobre su espalda, de seguro oliéndole los sobacos. Pero dentro
de lo que pudimos observar, no le importaba. Para darnos el tiro de gracia,
vestía un ligero polo de playa que translucía toda la diminuta ropa de baño…
¡Putamadre, el gramputa la había llevado a la playa en la moto!
¿Eso qué quería decir? Pues que eran pareja. ¿Pero qué hacia
ese viejo de mierda con esa chibola? ¿O mejor dicho qué hacía esa chibola con
ese viejo de mierda? No estábamos preparados para entender que el amor no
conoce de prejuicios. Pero sí para sentir celos y la sensación de que ese
reconchasumadre nos había ganado. Y nosotros pensando que gritándole ¡John
Lennon de chacra, John Lennon de chacra!, estábamos fusilándolo. Y él como
venganza nos lanzaba ese misil directo a nuestro orgullo mostrándola como su
propiedad. Habíamos perdido.
No nos quedó más que ir viéndolo pasar bien acompañado,
preguntándonos sin encontrar respuesta lo mismo de todos los días, ¿qué hacía
con ese vejestorio?, quien ya ni nos tomaba en cuenta. ¡Qué iba a hacerlo si no
éramos más que unos insignificantes chibolos! De la mano de la Biónica nos
canceló ese verano que habría de marcar un inicio, el de saber que no siempre
las cosas son como las vemos a simple vista, que en la vida también hay cosas que
uno ni se las imagina.
Porque tampoco para Carolina fue muy color de rosa, o quizás
sí. Uno nunca ha de saber cuáles son las expectativas de las personas. Pero al
menos puede intuirlas. Y podríamos deducir por la forma cómo miraba al Lennon, cómo
lo abrazaba, o cómo lo besaba, que estaba totalmente enamorada. ¿Pero y él?, vaya
usted a saber.
Ya acostumbrados a verlos, no los tomábamos más en cuenta. Se
habían convertido en un adorno más del paisaje urbano de esos años. Y de ellos
ya solo nos enterábamos por los chismes de
las vecinas. Hasta que un día la Biónica dejó de pasar con su andar robótico
por las veredas del barrio. En verdad no nos habíamos dado cuenta, solo
reparamos de su ausencia cuando vimos al Lennon de la mano de una mujer más
acorde con su edad, muy guapa ella, pero no tanto como la chiquilla enamorada
que solía abrazar su espalda cuando iba detrás en la moto.
¿Qué había pasado? Nunca lo supimos en esos tiempos, porque Carolina
desapareció y nadie se entero del motivo de su alejamiento. Las malas
conciencias, como siempre, lanzaron el clásico chisme de que le habían hecho un
Juliancito y que la habían mandado lejos para que el pequeño no llegara a este
mundo. El tiempo habría de esclarecer lo sucedido.
Lo que sí pensábamos, discutíamos y sopesábamos en las tardes
frías del invierno posterior al verano de 1982, trataba sobre lo que se decía
de nuestra antigua amiga. Si todos esos chismes eran verdad, entonces determinamos que había crecido mucho
antes que nosotros. Mientras pensábamos que debutar sexualmente era lo más
importante en la vida, ella ya era una mujer con todas las responsabilidades de
tener un hijo, sin padre. Odiamos mucho más al Lennon bamba, por haberla
abandonado y que sin roche se paseaba de la mano de otra mujer. Realmente era
un hijo de puta que si hubiéramos tenido la oportunidad de pegarle, muchos lo
habríamos hecho. Y si alguna vez pensamos en ser el tipo de hombre que él era,
ya no lo deseábamos más. Porque se había llevado la vida de una chica que a
pesar de no ser la misma que había patinado con nosotros, aún la queríamos mucho
y no solo como amiga.
Con los años ambos pasaron al olvido, hasta que sucedió algo
en mi vida que me trajo a la mente al Lennon y a la Biónica, sobre todo en eso
de que alguna vez había deseado ser como él… Por esas cosas que uno no piensa
conocí a una chica mucho menor que yo. Sin tener las mismas edades, la
diferencia de años entre los dos era más o menos la que separaba a Carolina con
el beatle de la moto. De primera mano congeniamos y de interesarnos por las
mismas cosas, pasamos a hablar de música, literatura, etcétera. Todo eso que
una amistad conlleva, nos empujó a salir. Fuimos a comer, a tomar un vino; o,
simplemente, a caminar por un parque que luego fue como un escondite para los
dos… Así empezamos un romance que en honor a la verdad fue muy bonito durante su
momento.
Varias veces de esas tardes de invierno en que caminábamos de
la mano, pude sentir las miradas de la gente y de los chibolos que se
preguntarían, al igual que yo y mis amigos del verano de 1982, ¿qué hace esa
flaca con ese viejo de mierda? Es que aparte de la visible diferencia de edad,
ella era guapa por donde se la mirara, con esa atractiva piel morena y ese
cabello ensortijadamente salvaje cayendo más abajo de sus hombros, era
imposible no voltear a mirarla. Pude comprender al Lennon de chacra cuando pasaba
orgulloso de la mano de la Biónica por mi calle o enlazado por ella en su moto.
Realmente me sentía envidiado. Y también pude entenderme a mí, y a mis amigos,
cuando no encontrábamos respuesta al porqué Carolina se había templado de ese
viejo pelucón.
Pero la cosa no habría de durar, precisamente, porque si
duraba iba a matar todo lo bonito que fue en su momento. ¿Por qué? Pues porque
aunque muchos digan que la edad no importa, para mí si importaba. Más que por
mí, por ella. Yo buscaba una relación acorde conmigo que recién estaba saliendo
de los treinta. Y ella que recién había iniciado los veinte iba a ser la gran
sacrificada. ¿Cómo podía robarme sus años? ¿Cómo podía quitarle todo lo que
tenía que vivir, yo que estaba aterrizando y ella empezando a volar? Aunque no
era lo mismo, no iba a ser tan mierda de detenerle la vida, como el Lennon
había hecho con la Biónica. Sí, me acordaba de la bronca que le tuvimos, cuando
hablábamos de Carolina y todo lo que iba a dejar de hacer, por culpa de un
cobarde que se había aprovechado de ella. Definitivamente una de las cosas que
habíamos aprendido de ese verano de 1982, fue que no íbamos a ser ese tipo de
hombre, no como el beatle de chacra.
Por eso antes de que las cosas llegaran a más, decidí que
debían terminar de una vez. Para que cuando ella ya tuviera un camino por
recorrer, yo quedara en calidad de bonito recuerdo en su corazón. Y así, aunque
reconozco que no fue de la mejor forma, me fui alejando hasta que ella retomó
su vida sin mí, y yo volví a mi habitual soledad. No sé mucho de su vida, creo
que cómo se dio la separación terminó odiándome. Lo único que supe es que ahora
está con alguien que le alegra los días, mucho más de lo que yo hice en su
momento.
Y aunque a veces la recuerdo con nostalgia, me quedó esa
sensación de haber hecho lo correcto y no
lo que había hecho el jipilón que alguna vez queríamos ser. Hasta que un día
sin pensarlo me encontré con el mismísimo John Lennon de mi adolescencia.
Fue en un bar de Miraflores donde entré para ver un partido
de Alianza por Copa Libertadores. Estaba
solo porque pensaba llegar a casa, pero una urgencia me hizo salir del trabajo casi
empezando. No me quedó otra que entrar al primer bar con televisión, y ahí estaba
en una mesa solitaria. Verlo celebrar los tres goles fue como una conmoción,
porque no sabía que era hincha del mismo equipo que yo; sino también porque
después de verlo un tiempo con su nueva pareja desapareció del barrio y no
volvimos a saber más de él. Al terminar el partido, no pude evitar acercarme e
invitarle una cerveza. Muy sorprendido me miró como preguntándome a qué se
debía esa consideración. Quizás no me recuerde, le dije, pero yo de chibolo le
gritaba por las calles de Breña, John Lennon de chacra, con mis amigos. Hizo un
gesto de ¡Tanto tiempo de eso! Y me respondió sonriendo que ya había olvidado a
esos chibolos de mierda, pero que no les guardaba cólera.
De hecho que era una oportunidad de conversar con él, y saber
todo lo que se había hablado sobre el asunto de la Biónica, así que sin
manifestarle mis intenciones le dije salud y me senté en su mesa.
Pude notar que se vestía casi igual a cuando lo conocí. Usaba
un jean desteñido sobre una camisa clara que llevaba suelta y un sacó oscuro. Calzaba
botas, pero sin tacones altos. Eso sí llevaba los lentes redondos a lo John
Lennon, y el cabello largo amarrado, esta vez lleno de canas. En verdad se
parecía más a Ozzy Osborne, con el semblante de cansancio y aburrimiento. Cuando
le pregunté si era hincha de Alianza, me dijo que le gustaba el fútbol, pero no
simpatizaba por ningún club.
Entonces comenzamos a recordar ese verano de 1982. Me contó
cómo había llegado a Breña desde Lince donde había crecido, cómo pasó de ser un
estudiante aplicado a ser un trotamundos metido a la marihuana y el rocanrol, que
viajaba en moto a todos lados y que tuvo
un sinfín de romances, que le habían llenado la vida unos más que otros.
Pero que en suma había sido feliz viviendo a su modo sin hacerle daño a nadie.
En ese momento sentí como una cólera, pero no iba a hacer
nada malo, porque a pesar de estar bien conservado el que había sido el ejemplo
de hombre, era casi un anciano. Para no irnos más por las ramas fijé mi mirada
en la suya y le pregunté por lo único
que realmente me importaba: ¿Y Carolina? El viejo tomó la pregunta de manera
calmada, pero en el fondo sentía que le había llegado de sorpresa, no me
despegó los ojos y dijo:
– – Carolina
fue muy importante en mi vida, pero…
– – Pero
le arruinaste la vida –le dije sin mucha bronca.
– – ¿Qué
te han contado sobre eso, muchacho?
– – Lo
que todo el mundo sabe en el barrio.
– ¿Seguro
que la embaracé, la abandoné o la hice abortar?
– – Eso
y otras cosas…
– – Algo
pude escuchar, sabiendo que yo era un greñudo que manejaba una vieja moto, fumaba
yerba y andaba con total libertad…
– – Ser
un pendejo no tiene nada que ver con la libertad…
– – Mira,
muchacho, nada fue como te lo han contado…
– – ¿Entonces
cómo fue?
– – ¿Qué
tanto te interesa saber?
– – Me
interesa porque Carolina creció con nosotros, jugaba con nosotros, hasta que se
fue y regreso y…
– – ¿Y
aparecí yo?
– – Sí,
apareció y aunque ya no era la misma teníamos la esperanza de que vuelva con
nosotros…
Por un momento creí ver en su rostro ese pasado que pensaba
habíamos olvidado, pero no, porque aún nos unía, como si todo lo que habíamos vivido
ese verano se tenía que dilucidar en esa mesa frente a dos vasos de cerveza.
–
– – Carolina
era una chiquilla con ganas de vivir –dijo sereno–, tenía muchos sueños y entre
esos sueños estaba yo…
– – ¿De
qué forma?
– – No
lo recuerdo muy bien, sólo que yo no podía ayudarla a cumplir esos sueños…
– – Era
casi una niña y tú ya eras viejo…
– – Por
eso mismo, ella deseaba hacer muchas cosas que yo no deseaba hacerlo con ella,
porque yo era mucho mayor.
En ese momento sentí que las cosas iban por un camino que yo
había recorrido, como si estuviera volviendo a ver una vieja película de esos
años.
–
– – No
me digas que la dejaste ir…
– – Sí,
ella tenía que hacer su vida y cumplir sus sueños. Donde yo no encajaba y que
era mejor dejar ese romance ahí mismo.
– – ¿Y
qué te dijo?
– – Realmente
no dijo mucho, solamente buscó formas para poder seguir juntos sin que ella se
estancara, pero todo apuntaba a que iba a sacrificarse por mí.
– – ¿Por
ti?
– – Sí,
porque lo que yo buscaba era dejar esa vida de aventura que había tenido desde
chiquillo, por algo estable, algo que implicaba estar detenido en un lugar que
llegue a ser todos mis lugares…
– – Y
Carolina, no podía estar en ese lugar…
– – No,
eso iba a ser injusto…
Sin pedirlo estaba escuchando mi historia, esa misma que me
había hecho sentir como él, y que precisamente por no parecer como él, me había
hecho actuar… ¡De la forma como había actuado él! Como no era ningún tonto, el viejo
se había dado cuenta de mi desconcierto. Me observaba en silencio mientras yo
ordenaba mis recuerdos. De pronto me preguntó si recordaba la canción que le
cantábamos con el chato Richard. Sí, le
dije, Starting Over. “A mí me gustaba
porque siempre quise ser como Lennon, pero ya ustedes abusaban, pero a lo que
voy ¿Sabes qué decía la letra del coro?”. Ni siquiera me sabía la letra le
respondí. Primero cantó muy bien y en buen inglés esa parte que llegó a ser el
instrumento de nuestras burlas. Luego, como leyendo un poema, lo tradujo: “Nuestra
vida juntos es tan preciosa, hemos crecido, hemos crecido y a pesar de ello nuestro
amor es tan especial. Vamos a tomar nuestra oportunidad y volar lejos hacia
algún solitario lugar”.
No le encontré algo significativo a la letra a pesar de que
el rostro del viejo esperaba una respuesta de mi parte. ¿No te dice nada?, me preguntó.
Bueno, dije sin mucha convicción, habla de una pareja que al parecer ha
madurado con el tiempo y su amor sigue siendo especial y que toman la decisión
de ir a otro lugar los dos. El viejo hizo un gesto de ahora creo que entiendes,
bebió su ultimo vaso de cerveza, se levantó con una gran sonrisa y me dijo: “Años
después me reencontré con Carolina, y ahora es mi esposa…le llevaré tus saludos”.
Luego se fue dejándome totalmente consternado y sintiéndome como un reverendo
idiota.
Al rato cuando caminaba hacia mi casa por las calles iluminadas
de Miraflores, me cruzó una pareja de niños en patines. Recordé a Carolina cuando
iba con nosotros hasta allá, su gran sonrisa, su cabello lacio agitado por la
velocidad. Y sentí que nada sucede de la nada; que si algo o alguien se cruzan
en tu camino influyen en lo que vas a ser mañana. En ese sentido el verano de
1982 sí nos había enseñado algo, que había establecido ciertas pautas para ser
lo que somos, y que de alguna forma habíamos llegado a ser como el John Lennon
de mi barrio en Breña.
2 comentarios:
Que bello relato, me has llenado de nostalgia, aunque solo tenga 18 años, ironías.
Muy interesante tu relato, la verdad tienes madera como escritor de novelas. Saludos
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