martes, 8 de noviembre de 2011

PODEMOS SER HÉROES... (Cuento)

Comparto con ustedes este cuento que forma parte de un tercer libro que pienso publicar pronto, y que llevará el mismo título Podemos ser Héroes... Antes quisiera recomendarles que pongan la canción Heroes de David Bowie (Click para escuchar), para acompañar su lectura.

Podemos ser Héroes...

Para Alessandra

–Una tarde me propusieron  llegar lo más lejos posible, hasta putamadre –dice Jualma.
–¿Si? –dice Iosú– ¿Y quién te propuso eso?
–Una chica, hace años,  en los ochenta; y a pesar del tiempo aún recuerdo ese instante y a ella, como si hubiera sucedido hace unos segundos.
–Anda… A ver cuéntame.
–Fue después de escuchar una canción de David Bowie, ella me tomó de las manos y habló:
–¡Hagamos todo en un día! –dijo Aleh, sonriéndome– Sí, lleguemos lo más lejos posible, hasta putamadre.
–¿Y dónde queda? –le dije–, nunca he ido por allá ¿Acaso conoces?
–Podemos ser héroes –dijo sin escucharme–. Tú serás el rey y yo seré la reina, como en la canción de Bowie.
–¿Y fueron? –pregunta Iosú – ¿Cómo era ella?... ¿Bonita?
–Sí fuimos –responde Jualma–. Era algo rayada. Estaba de lo más normal y de pronto cambiaba de ánimo. La recuerdo con los chancabuques sin lustrar y las medias blancas que la basta alta de su panta|lón de cuadros rojos dejaban ver. Una correa negra con brebiches le caía por un lado de sus caderas. Era clara, no muy  pálida y su cabello negro, parado, hacía resaltar sus ojos claros. Era una subte, como yo.
–¿Subte?
– Ajá, pero más allá de ser una chica linda, tenía un algo que me hacía ir detrás de ella. Tanto así que hasta ahora llevo marcado lo vivido ese día.
–Sí me acuerdo de los subtes y el rock subterráneo. Pero esa música que puteaba a todo el mundo no me gustaba…
–A mí sí me vacilaba… La cosa es que estábamos junto a otros subtes en las escaleras de la universidad Villarreal en La Colmena.
–¿Y qué hacían allí?
–Yo estudiaba en el colegio Guadalupe, y como estaba cerca siempre iba después de clases para hacer hora y escuchar música.
–De razón te paraban jalando en el colegio, vagazo.
– Ja ja ja, nada que ver… Recuerdo que esa tarde estaba con mi uniforme escolar en el puesto de El Omiso. Sonaba una canción de Eskorbuto: Quiero arrojarme al infierno y olvidarme de esta puta sociedad, de la calle, de la cárcel, de la fabrica... ¡Cualquier, cualquier, cualquier lugar!  Una botella de licor barato que llamábamos Trago Antitodo nos calentaba del invierno y la garúa.
–¿Y ella también paraba allí?
–Sí, vivía en Jesús María y varias veces la acompañaba hasta el paradero.
Fumando tronchos, seguro.
Sí, fumábamos cuando se podía; porque ella siempre decía que lo hacía para relajarse, porque le gustaba hacer las cosas lúcidamente. Le llegaba la inconsciencia.
Rayadaza la flaca...
Sí, y no sé por qué esa canción la hizo rayarse más. Cantó fuerte: ¡Cualquier, cualquier lugar! La increíble vida de un ser vulgar. Algunos que estaban borrachos la comenzaron a joder de loca. Eso la rayó aún más.
¡Qué saben ustedes sarta de estériles! –gritó Aleh, mirando a cada uno– Piensan que el mundo cambiará alrededor de un trago barato. Gritan libertad, anarquía y el sistema es una mierda, como si fumar, chupar y dejar que la vida se nos escape por estas veredas frías, fueran la solución.
¡Cállate pastrula!  –le dijo uno que estaba borracho– ¡Tú estás igual de perdida que nosotros, así que no te la des de muy sabelotoda!
¡Qué cosa la insultas, oe! –intervine, más motivado por impresionarla que por valiente– Déjala decir lo que piensa ya que tú ni siquiera haces eso. Tienes la cabeza por las huevas.
Te achoraste –dice Iosú–,  ¿y qué pasó te hicieron la bronca?
No –dice Jualma–, el huevón se paró y después de unos empujones nos separaron. Aleh se había apartado unos metros. La vi bastante afectada y me acerqué.
–No le hagas caso –le dije–, está borracho.
–Nadie entiende nada –dijo sin mirarme–, nada de nada.
–¡Y aprovechaste el pánico y te la chapaste! –dice Iosú.
–No, nada que ver –dice Jualma–. Eran las seis de la tarde y el tráfico estaba fuerte. Entre los kioscos y el bullicio de los microbuses, salió una canción en ingles, ella cantó: I, i will be King, and you, you will be Queen... Fue cuando sonrió, tomó mis manos y dijo: “Hagamos todo en un día, vayámonos hasta putamadre, como en la canción de Bowie”.


–Locaza la flaca, de verdad ¿Y qué hicieron?
–Nos fuimos en busca de putamadre.
–¿Y en dónde estaba?
–En putamadre.
–Ya pe’ no jodas.
Lo mismo le pregunté. No sabíamos dónde estaba. Sólo fuimos en su búsqueda, en algún lugar.
–Vamos, seremos héroes –dijo Aleh, apretando suavemente mis manos–. Tú serás el rey y yo seré la reina como en la canción de Bowie.
–Y fuimos –dice Jualma–. Compramos un trago en un bar del jirón Moquegua. Los borrachines miraban con curiosidad a Aleh, sobre todo por su aspecto. Cuando salíamos uno me dijo: “Oe, si vas a chupar al menos sácate la insignia que yo también soy del Guadalupe”. Le hice caso al toque más por miedo que por respeto al colegio. De ahí, sin dejar de reír, partimos hacia la plaza Dos de Mayo. Cuando llegamos nos sentamos frente al local de la CGTP.
–¿Hey, no que íbamos a putamadre? –le pregunté.
¿No te has dado cuenta de que está en todas partes? –dijo Aleh, mostrándome con las manos la ciudad–: Pronto lo encontraremos o él nos encontrará.
–De verdad qué extraña esa flaca –dice Iosú–, pero igual me hubiese gustado conocerla.
Bebimos en la plaza –dice Jualma–, respirando el smog de los microbuses. Los choros pasaban marcándonos, pero como no teníamos nada de valor, se iban, desilusionados.
–Fácil pudieron ponerse faltosos.
–Quizás, pero ella no se daba cuenta; es más, las veces que la acompañé al paradero no habíamos hablado mucho, pero ese día estaba locuaz. Me contó que sus viejos estaban separados, que su vieja salía con un huevón mucho menor y que cuando llegaba los escuchaba tirar. Tenía que subir el volumen de la música para no arrecharse.
–Ja ja ja. Ese tipo de viejas son las que me gustan, las que van de frente al choque.
–Sí pues –dijo Aleh con naturalidad–, una no es de piedra ¿no? A mí me da igual si se la tiran, la cosa es que me arrechaba. Yo subía el volumen, pero igual seguía gritando de gozo la maldita.
–Su viejo, al parecer –dice Jualma–, ella me lo insinuó, no es invención mía, por si acaso...
¿Qué cosa?
–Su viejo era cabro.
–¡No jodas!
–Mi viejo –dijo Aleh, sonriendo–, la dejó hace tiempo y según mi vieja no la tocaba para nada; supuestamente, no la había dejado por otra mujer ¿Me entiendes, no?
–¡Aaaasu qué fuerte! –dice Iosú– ¿Y eso nomás te dijo?
–Hablamos de varias cosas –dice Jualma–. De libros, de autores, de películas, porque era media intelectual. Se sabía de memoria frases que subrayaba en los libros que leía. Hasta ahora recuerdo su favorita: “No veo la hora de cometer un acto irremediable”.
–¿Sabes quién la dijo? –me preguntó Aleh.
–No –le respondí.
–Pucha, no sabes nada, realmente nadie sabe nada de nada.
–¿Y de quién era? –pregunta Iosú.
–De Jean Paúl Sartre.
–¿Y quién era ese?
–En ese tiempo no lo sabía, pero ahora sé que es un escritor francés.
–Ah ya.


–Luego guardamos el trago en mi mochila y caminamos de la mano por la avenida Alfonso Ugarte, con la sensación de estar volando, mirando a todos por encima del hombro, creidazos.
–Estaban fumados, huevas, eso era.
–Ja, ja, ja… No, nada que ver. En realidad nos sentíamos el rey y la reina. No te imaginas lo que yo sentía y sé que ella también sentía lo mismo, éramos libres a pesar de la gente que pasaba por nuestro lado. Las calles eran nuestras, nadie podía decir que no. Cerca al local del partido aprista, se soltó de mi mano y trotó hacia las rejas.
El partido que gobierna este país –cantó Aleh, sacudiendo las rejas con las manos– ¡Y toda su oposición parlamentaria, las patronales, los sindicatos todos contribuyen a nuestro fracaso!
–¿Qué era eso? –pregunta Iosú.
–Otra canción de Eskorbuto –responde Jualma–. Yo me acerqué y en vez de sacarla me reía de la cara de los apristas. Cantamos juntos: Desde sus poltronas, prometieron solución para todos los problemas de esta nación, ¡Paro! ¡Miseria! ¡Humillación! Fue lo que obtuvimos, sólo una casualidad podrá desatar una reacción.
¡Es un crimen! –gritó el coro, Aleh, con mucho odio– ¡Es un crimen, es un crimen...!
–Pero la tuve que sacar.
–¿Por?
–Porque los matones del APRA, los que llaman búfalos, venían a sacarnos la mierda.
–¡Uy chucha!
–Corrimos tomados de la mano, riéndonos, con esa sensación de volar, empujando a los que se cruzaban, sin que nos importaran los insultos. Cruzamos hacia el colegio Guadalupe, ella vio la pared limpia y sacó de su casaca un pedazo de esponja y un frasco de tinte blanco para zapatos.
–¿Piensas hacer lo que estoy imaginando? –le dije.
–Sí –dijo Aleh avanzando hacia la pared.
–No lo hagas, es mi colegio –le advertí.
–Ya no lo es –dijo agitando el frasco–. Ahora es mío.
–¿Qué hizo? –pregunta Iosú.
–Pintó: No veo la hora de cometer un acto irremediable.
–Su frase…
–Ajá… Lo hacía tan desesperadamente que manchó de gotas blancas el piso y su pantalón. Cuando el portero nos descubrió, cruzamos corriendo la avenida para evitar a los tombos de la comisaría El Sexto, que estaba al lado. La sensación de hacer lo que queríamos, nos hacía ignorar todo y a todos.
–Rayada la flaca.
–Sí. Por un momento pensé en dejarla, que se fuera hasta putamadre sola, pero había algo más que hacía quedarme.
–Lo que pasa es que te la querías tirar, eso era.
–No, nada. Había algo más. Ella misma me dijo: “Si deseas puedes irte”. Pero me negué. Después escribió en la plaza Bolognesi, sin importarle las miradas curiosas. Lo mismo hizo en la iglesia María Auxiliadora.
–¿La misma frase?
–Sí: “No veo la hora de cometer un acto irremediable”, siempre eso.
¿Ya, y qué paso?
–Continuamos por la avenida Brasil y de pronto se detuvo como si hubiera tenido una revelación.
–Hoy pasara algo –dijo Aleh sin soltarse de mi mano–, hay que apresurarnos.
–¿Qué cosa? –le pregunté.
–Hay que darnos prisa  –respondió jalándome.
–¿Y adónde fueron? –pregunta Iosú.
–A su casa –responde Jualma.
–¡No jodas!…¡Puta que esto se está poniendo interesante!
–Vivía por el Campo de Marte y entramos de frente a su cuarto. Era distinto a lo que había imaginado: Muñecas, peluches, libros, casetes, todo bien ordenado y limpio.
–Este es mi mundo –dijo Aleh, dejándose caer sobre la cama.
–¿Qué pensabas, que sería todo punk y subterráneo? –dice Iosú.
–Algo así –dice Jualma– Buscó entre sus cintas y puso Héroes, la canción de Bowie ¿La conoces?
–No, nunca la he escuchado.
–Bueno, la cosa es que sacó el trago de mi mochila y dimos unos sorbos. Los acordes cadenciosos y la voz sensual de Bowie sonaban a volumen más o menos alto. Sospechaba sus intenciones pero no me atrevía a nada. Ella comenzó a acariciarme, muy tierna.
–¿De verdad?
–Sí, y sin dejar de hacerlo, me besó. Yo la seguí y, sin pensarlo, ya estábamos sobre su cama que olía a talco a pesar del olor de mis sobacos… Todo iba tan bien hasta que comenzó a gritar como loca.
–Ahhhh, así, así –dijo Aleh aferrándose de mí con sus manos–, ahhh, aahhh.
–Uffff que rico –dice Iosu.
–Ni tanto porque su vieja estaba en la casa –dice Jualma.
¡Ah no jodas!
–Cállate –le decía a media voz en sus oídos–. No grites mucho.
–Quería vengarse de la vieja –dice Iosú.
–Creo que también la estaba imitando –dice Jualma–. Pero igual, no me hacía caso. Yo sabía que estaba fingiendo, para que escuchara su mamá. Gritaba y era más grosera cada vez. Hasta que golpearon la puerta.
–Aleh –dijo la mamá– ¡Sal inmediatamente!
–No voy a salir, porque estoy tirando –respondió Aleh.
–Sal, maldita perra.
–No. Hago lo que tú misma haces en esta casa.
–Porque es mi casa hago lo que quiero.
–También es mía.
–Acá nada es tuyo, ni tu vida, así que sal inmediatamente.
–¡Se armó viejo! ¿Y tú qué hiciste? –pregunta Iosú.
–¡Puta, causa! –responde Jualma– Estaba encima de ella sin moverme, se me había pasado toda la arrechura. Aleh se levantó y yo hice lo mismo. Al ratito abrió la puerta. La vieja tenía cara de mierda, pero igual era guapa como su hija. En eso y sin que me diera cuenta sonó un lapazo y  Aleh se fue contra mí tomándose el rostro con las manos.
–¡Lárgate de acá perra de mierda! –gritó la mamá señalando la salida– Esta es mi casa y haré lo que yo quiera en ella; y mientras estés acá, tú harás lo que yo te diga.
–Soy perra porque soy una hija de perra –dijo Aleh, mirándola con odio–. Y como perra me iré a tirar a la calle como las perras, no como tú que tiras como perra delante de la perra de tu hija.
–¡Uffff! –dice Iosú– Qué fuerte ¿Y adónde fueron?


–Subimos  a la azotea de su edificio –dice Jualma–. Allí nos sentamos al borde contemplando las luces, la ciudad; y sintiendo la garúa que empezaba a mojar nuestros rostros y las calles. Bebimos del gollete sin hablar. Sentí su respiración como de un odio reprimido. Sacó de su bolsillo grifa y armó un troncho.
–Fácil, después de ese chongazo un tronchito es lo mejor para calmar los nervios.
–Ajá. La pasamos fumando y hablando de las cosas que nos habían sucedido, de los sueños que teníamos, del futuro, de la música, de alguna canción como la de Bowie: We can be heroes, just for one day. Besándonos y también bebiendo, entre risas de nada.
–Fácil que se puso a llorar, porque las mujeres en esas situaciones siempre lloran.
–No. Me dijo que nunca lloraba por alguien que no quería, y ella realmente odiaba a su madre; pero si le hacían algo malo y era alguien que de verdad quería, sí lloraba.
–Extraña, recontra extraña esa flaca.
–Sí, pues…          
–¿Por qué lo haces? ¿Por qué estás a mi lado? ¿Por qué me defendiste? ¿Por qué me estás besando ahora? –dijo Aleh mirándome con esa magia de sus ojos claros–  Nada de esto nos hará felices.
–Al menos nos dará la sensación de serlo –le dije–. De que podemos sentir amor… yo seré el rey y tú serás la reina… ¡Podemos ser héroes, al menos por un día!
–Bien dicho –dice Iosú– ¿y que pasó?
–Nos besamos con cariño –dice Jualma–, sintiendo el calor de nuestros cuerpos en esa noche fría… Íbamos muy bien, hasta que de pronto todo se puso negro en la ciudad y una explosión lejana nos separó.
–¿Qué fue? –pregunta Iosú.
–Un apagón –dijo Aleh tratando de encontrar un foco encendido en la ciudad– ¡Malditos terrucos!
–No tengas miedo, acá arriba estaremos a salvo –le dije–. Esperemos que regrese la luz.
–Ja, ja, te cagaron el vacilón –dice Iosú – ¿Y hasta que hora estuvieron esperando?
–Un buen rato –señala Jualma–. La pasamos abrazados, compartiendo muchas ilusiones. Cuando se terminó el trago bajamos a caminar por las calles que estaban desiertas.
–Nadie entiende nada de nada –dijo Aleh, otra vez, algo ebria–. Sólo tú creo que entiendes. ¿Qué es todo esto? Estar en medio de la oscuridad y los petardos, recibiendo los disparos por encima de nuestras cabezas, como en la canción de Bowie: I can remember, standing by the wall. And the guns shot above our heads. And we kissed as though nothing could fall. And the shame was on the other side. Oh we can beat them forever and ever. Then we could be heroes just for one day… ¿Por qué todo como en la canción de Bowie? Como si ya estuviera escrito, como si estuviéramos condenados de antemano, a sufrir los tiempos que nos han tocado vivir, a no entender nada. Solos tú y yo ¿Por qué?
–Yo también me lo pregunto –le dije–, pero nadie nos lo va a decir. Solos iremos encontrando, aunque creo que serán muchas más preguntas que respuestas.
–Uy curuju, estabas profundo, fácil se  te templó la flaca –dice Iosú.
–No sé, pero lo que sí recuerdo es el beso que me dio en plena avenida –responde Jualma–, me besó como nunca me habían besado, un beso mucho más intenso que los del frustrado polvo en su cuarto.
–¿Solamente se besaron, no le hiciste nada más?
–No, nada.
–¿Cómo que nada? No te la llevaste a un sitio más chévere para hacer verdaderamente el amor.
–No.
–¿Por qué?
–Esta noche hemos encontrado algo –dijo Aleh pegándose a mí pecho–. Voy a escribir en esa pared y nos vamos por allí, hasta putamadre.
–No, mejor salgamos de una vez –le dije.
¿Piensas que todo es malo? –dijo Aleh– No siempre es así.
–¿Y te dejó? –pregunta Iosú.
–Sí –responde Jualma–. Cruzó la pista y cuando estaba escribiendo, salió no sé de dónde una patrulla. Yo estaba en la acera de enfrente.
–¡Tú, alto! –gritó el policía apuntándola con su arma– ¡Contra la pared!
–Ufffff qué mala suerte –dice Iosú.
–La revisaron y le encontraron la grifa –dice Jualma–. Entonces ella comenzó a reclamarle a uno de los policías que estaba sobrepasándose; pero, de refilón me miraba y con sus ojos me decía, que no la abandonara. En mi cabeza sonaba el coro de la canción de Bowie: “We can be heroes, just for one day”.
–No me toques allí, mañoso de mierda –dijo Aleh volteando sin bajar los brazos.
–¡A callar! –gritó el policía que apuntaba con su arma– Así que haciendo pintas subversivas ¿no? ¡Y con marihuana encima! Ahora sube y no abras la boca, carajo.
–¿No te llevaron a ti? –pregunta Iosú.
–Antes que la metan al patrullero me miró –responde Jualma–, y en su rostro había mucho más abandono que horas antes, cuando me propuso hacer todo en un día, para llegar lejos, para ser héroes.
–Tú, el de uniforme escolar ¿qué miras? –preguntó el policía señalándome– ¿La conoces?
–¿Qué hiciste, causa, qué hiciste? –dice Iosú.
–Temblaba, a la firme –dice Jualma–. Todo se había detenido como en una foto, y el tiempo corría en cámara lenta. Miraba los labios del tombo que se movían preguntándome si la conocía; miraba a ella mirándome; miraba las circulinas rojas de la patrulla dar vueltas, tornando de rojo las paredes sucias de las casas; miraba la calle desierta, sin darme ninguna salida, esa calle que pudo ser mía y de Aleh; miraba todo, confundiendo mis sentimientos con la lluvia que humedecía la tristeza de mi vida, la de ella. Sin disimular la cobardía, desperté de pronto.
–¿La conoces? –preguntó el guardia por quinta vez– Tú, el de uniforme, ¿la conoces?
–No, señor, no la conozco –le respondí tartamudeando.
–¿Dijiste eso, anda huevón, en serio? ­–pregunta Iosú.
–Sí –responde Jualma–, estaba muerto de miedo. La metieron dentro del patrullero y arrancaron. Aleh no dejó de mirarme. No estoy muy seguro, pero de sus ojos resbalaban gruesas lágrimas, o quizás lo que vi era la lluvia que mojaba la luna del patrullero. Si lloraba, realmente me quería, pero nunca podré saberlo, fue la última vez, no volví a verla más.
–La cagaste, la cagaste bien feo, causa...
–Sí, pues.
–¿Y no fuiste detrás de ella o a avisar a su vieja?
–No. Me acerqué a la acera, donde había quedado tirado el frasco de tinte blanco olvidado por los tombos. Lo tomé y completé la frase que no le habían dejado terminar a Aleh. Cada letra la escribía apretando con fuerza, salpicando mi chompa y mi pantalón plomo de colegio, manchando el piso con gotas blancas, como si reemplazaran las lágrimas que no se atrevían a caer de mis ojos. Cuando terminé de escribir: “No veo la hora de cometer un acto irremediable”, me fui con la sensación de haber llegado a putamadre.
–Puffff, causa, qué fuerte esa cuestión ¿Y por qué me cuentas todo esto?
–Porque ese día fue como un instante eterno que no puedo olvidar: caminé poco y llegué lejos, amé lo mínimo pero con pasión, fui fiel y también traidor. Todo en un día, todo en un solo día… todo en un solo maldito día, como en la canción de Bowie; como si todo hubiera estado escrito, como ella lo presentía; como si estuviéramos condenados a vivir ese tiempo que nos había tocado, que nos había separado, como si esa fuera nuestra canción o estuviera hecha para nosotros. Yo fui el rey y ella la reina…
–Y también héroe.
–¿Ah?
–¡Héroe!
–Ah, sí, eso también.

Martín Roldán Ruiz


Fotos: Martín Roldán Ruiz

6 comentarios:

♀ Nadya PR. dijo...

me gustó mucho, Roldán.
Dan ganas de leer el resto.
N

Anónimo dijo...

Me pareció muy profundo y un reflejo de los jóvenes de la época, me ha gustado mucho, espero encontrar tu libro...

Anónimo dijo...

Que historia tan profunda, ojalá publiques algunas más de vez en cuando..

Anónimo dijo...

Gracias, por lo pronto este cuento aparecerá en una antología en Colombia.

Martín

Daniel Negreiros dijo...

Excelente! Sigue así que está de putamadre!

SUR. Borradores literarios dijo...

Un cuento de la puta madre