jueves, 6 de diciembre de 2007

VEINTE AÑOS DESPUES DE LA TRAGEDIA

Aún recuerdo esa mañana, un miércoles gris. Cruzaba apurado la avenida Alfonso Ugarte rumbo al colegio Guadalupe. Eran los últimos días de clases, los últimos de la secundaria, los últimos de mi época escolar. Faltaba poco para que cerraran la puerta y conmigo iban otros apresurados. Al llegar a la esquina de Uruguay un titular me detuvo: “Avión de Alianza declarado en emergencia”.

Veinte años han pasado de ese 09 de diciembre del 1987 en que me enteré de la tragedia. Si bien se ha hablado, escrito y especulado mucho sobre eso, muy pocos han podido dejar testimonio de lo que significó esa noticia para los hinchas y no–hinchas de Alianza Lima. Acá mi versión de lo que fue para mi ese hecho.

Paralizado e incrédulo me quedé revisando todos los diarios del kiosco. No me importó, que me cerraran la puerta. A la segunda hora ingresamos los tardones y a diferencia del ambiente de fiesta que había caracterizado los últimos días, para los de quinto; en el patio había un mutismo que disimulaba la pena.

Todos estaban dentro de sus salones. En el mío y a pesar de no haber profesor, mis compañeros estaban concentrados en dejar los recuerdos en las camisas. Algunos conversaban en voz baja, otros simplemente miraban un punto indefinido. En todo el patio se había olvidado la algarabía de ya haber acabado los exámenes, de esperar solamente la clausura, la fiesta de promoción y de salir en busca de nuestras vidas… Pero la partida de esas vidas que considerábamos eternas, nos devolvió a la realidad de que nada es para siempre.

Ser futbolista destacado te da esa condición de eterno. Y ese equipo estaba lleno de ellos. Si bien la muerte la podíamos encontrar a la vuelta de la esquina, con un petardo o un coche bomba. No creíamos que los ídolos, los héroes, los que veíamos en la televisión y los diarios; los que nos hacían gritar sus goles y disfrutar sus triunfos; los que en suma le daban alegría al pueblo, iban a tener un final tan trágico.

Poco a poco los rumores nos iban confirmando que el real significado de lo inevitable, había sido lo que nos borraba la sonrisa. Fueron cinco horas de incertidumbre. Algunos abrigábamos una mínima esperanza. La cual se nos desvanecería pronto. Recuerdo a mi amigo de apellido Rosas llorar sentidamente cuando una noticia nos decía que no había sobrevivientes. Este mismo amigo, me dejaría en la camisa su recuerdo, un aliancista con una frase que decía: “Te dejo este recuerdo de mi Alianza Campeón”.

Al salir del colegio fui corriendo al barrio. La esquina de Huaraz con Venezuela en Breña, donde nos juntábamos para ciriar a las del Rosa de Santa María, estaba igual de concurrida, pero igual de callada como el colegio. El primero que me confirma lo que no deseaba escuchar es un amigo aliancista, Rafael: “Todos murieron”. Otro amigo, crema él, se le une y me dan como una especie de pésame, a ellos siguieron otros más, cremas y blanquiazules. No había de otros equipos, pero sé que si lo hubiera habido igual me hubieran dado un pésame. Después me enteraría que se lo dieron a todos los amigos que llevábamos la de Alianza en el corazón.

Luego vendrían los informes, los homenajes, los posters en los diarios, las vinchas. Recuerdo que lo más conmovedor de todo fue escuchar llorar a Waldir Pereyra, Didi, en enlace telefónico desde Brasil, junto a Pocho Rospigliosi. De solo recordar ese momento me emociono.

Más allá de todo lo ocurrido alrededor de esta penosa tragedia, este hecho nos hizo reflexionar sobre la muerte a nosotros, chiquillos que estábamos por salir en búsqueda de nuestro destino. Más aún que solamente el año pasado habíamos visto a una de las victimas derrochar habilidad con la camiseta celeste de la selección del colegio y a quien después de campeonar, en un partido contra el Bartolomé Herrera, lo metimos en hombros al patio de honor. Sí, se trata de Braulio Tejada que recién había acabado la secundaria el año 1986.

Veinte años después, pienso que ese silencio en el patio de quinto, era para todos nosotros–aliancistas o no– el saber que en esos tiempos violentos, ninguno estaba seguro de nada. Ni del futuro ni de la vida. Ni los chancones, ni los brutos, ni los vagos ni los aplicados, ni los forajidos ni los sanos, ni los peleadores ni lo tranquilos. Ni siquiera los ídolos eternos.

¡Arriba Alianza toda la vida!

4 comentarios:

Grinder dijo...

Fue como si nos hubieran arrancado el corazon del pecho y sientes algo helado, luego te lo vuelven a poner y no es jamas lo mismo, mas alla de tragedias, Alianza Lima es el vivido sentir de una hermandad presente que persiste a travez del tiempo, Los Potrillos son solo una muestra de lo grande que nos hace sentir la blanquiazul en la piel.

Saludos Martin.

Supayniyux dijo...

Muy pequeña para el momento, pero el hincha de ayer, hoy y siempre lo siente como historia propia.
Saludos

Anónimo dijo...

fuera de aká oe!!!

Anónimo dijo...

Martín,si que escribes bien!
Esta pequeña nota la puedes convertie en cuento. Estoy terminando de leer tu novela así como tus crónicas y éste de Alianza Lima me parece, junto a la de la foto subte, la mejor. conviértela en cuento, huevón. Hay emoción en tus palabras y coges bien la psicología de tus ex compañeros de cole. Muy buena!

Te pareces a mi hermano mayor, promoción tuya, de la que heredé la camiseta de pechito farfán. ese año, yo, mocoso de 5 años supe lo que era el sufrimiento.

Arriba Alianza, carajo y de la Victoria a la gloria!