sábado, 15 de noviembre de 2008

ANDREITA



Andreíta

Andreíta es de esas niñas que tienen algo de adulto en la mirada, a pesar de sus nueve años. Juega como los niños de su edad los juegos propios de su edad, pero como que lleva adentro algo que la hace distinta, como si tuviera una sensibilidad especial que la conecta con lo que sucede a su alrededor. Mientras los otros niños están correteando, ella observa todo, y en su cabecita parece dar vueltas un sinfín de ideas.

Digo esto porque desde hace algún tiempo, las veces que mis estados de ánimos han ido desde el fondo hasta lo más alto, y viceversa, ella ha sabido interpretarlos. Siempre se acercaba a mí con la palabra justa para describir lo que sentía.

–¿Qué te pasa? –Me dijo un día cuando estaba realmente bajoneado.
–¿Por? – le dije.
–Siento que estás triste.
–¿Y tú como lo sabes?
–Siempre te observo.
–¿Ah sí?
–Sí.
–¿Y qué es lo que ves como para que te des cuenta de que estoy triste?
–Tus ojos cambian, y caminas mirando al piso, como si buscaras algo.
–Tienes razón, capaz busco la alegría que dejé olvidada en algún lugar –dije más para mi que para ella.
–¿Qué?
–No, nada…
–Me voy a jugar, no estés triste, sonríe…
–Gracias, Andreíta…
–La alegría no está en el piso, sino en esa chica que te quiere de verdad.

Cuando dijo eso, se fue corriendo al patio. Yo la observaba, sorprendido, porque había dado en el clavo de que el motivo de ese bajón era una chica. ¿Cómo esa niña podía saberlo? Quizás por ser la tristeza de amores un lugar común en todas las personas, lo dijo por decir no más y atinó. No lo sé. La cosa es que siempre se acercaba a saludarme y decía: “Te estoy observando, no estés triste, sonríe” y se iba. Cuando los ánimos eran de euforia, no decía nada, se acercaba a saludarme con una gran sonrisa que daban ganas de peñiscarle los cachetes chaposos. Como dando a entender que cuando todo es alegría, las palabras están de más y una simple sonrisa lo alumbra todo.

Eso me tuvo bastante intrigado que incluso llegué a comentarle lo sucedido a su profesora. Ella me dijo que era una niña normal, salvo que era bastante observadora en comparación a sus demás compañeros. Eso desbarató mis supuestas teorías de que Andreíta podía ser una síquica, futura discípula del Huachano o Lhuis con H. O de don Lino el único brujo malero “compactado” con Satanás (También el único brujo satánico que da descuentos navideños a sus clientes) Me sentí bastante mezquino por haber pensado ese futuro para una niña tan linda, y que ahora la siento como si fuera un angelito. Así pasaron varios meses de saluditos con sonrisas y palabras justas: “No estés triste, sonríe”, me decía. Tanto así que terminé por acostumbrarme y dejé de tomarle importancia como al principio.

Y ayer después de mucho tiempo Andreíta me volvió a sorprender. En la tarde había tenido una decepción cuando, por el Messenger, traté de ayudar a una persona muy querida, a levantarse del bajón anímico en que se encontraba. Estando en esas, obtuve un ¡Basta! que me hizo sentir como un reverendo imbécil… Creo que cuando a alguien –y más si es una mujer– la han tratado como a una basura la única manera de sacarla de esa situación, es hacerla sentir de la mejor manera posible. Y por allí iban mis intenciones, porque a veces una palabra bonita te puede cambiar el día. Pero no, esta vez parece que causaron el efecto contrario y en vez de halagar, molestaron. Yo esperaba un simple gracias, nada más, pero recibí un ¡Basta! Como si lo que yo hubiera estado diciendo, fueran insultos y no palabras bonitas. Cuando pedí una explicación, vino la estocada final: “Tanto halago me estresa”.

Entendí entre líneas que las palabras no son las que estresan, sino quien las pronuncia. Y como ella alguna vez me dijo: “De nada sirve ser buena gente” me di cuenta de que soy un imbécil al tratar de hacer sentir bien a alguien que no le interesa mis palabras bonitas, así hayan sido, simplemente, para hacerla sentir mejor, nada más. Bueno pues eso me cagó la tarde. Y cuando eso me sucede, me da por caminar o comer algo rico para recordarme de que hay cosas en la vida por disfrutar. Pero como no podía salir porque estaba en mi trabajo, decidí ir al kiosko a comprar algo para saborear. Fue allí que encontré a Andreíta.

Estaba jugando en el patio junto a otros niños, cosa rara ya que ella estudia en el turno mañana. En fin, la cosa es que, como siempre, la niña se me acercó y otra vez dio con las palabras precisas para sacarme de mi contrariedad: “Se te ve más bonito con lentes”, dijo. Yo había olvidado quitarme las gafas que uso para leer y creo que es la primera vez que Andreíta me veía con ellos. Pero, sus palabras me causaron tanta ternura, que la abracé fuerte diciéndole: “Muchas gracias, hijita, muchas gracias, de verdad”. Ella sin perder la sonrisa me decía: “Sí, en serio, se te ve muy bonito con lentes”. Y entendí que en el fondo la niña se había dado cuenta de que me sentía mal otra vez y que necesitaba unas palabras bonitas que me sacaran de ese mal momento, como las que la otra persona había rechazado minutos antes. Y no me quedaba más que agradecerle de la única forma en que un niño pudiera entender lo bien que me había hecho sentir. “Gracias por decirme cosas bonitas, Andreíta, ahora como premio te voy a invitar lo que quieras del kiosko”. Pidió un Arroz con leche y regresó con sus amigos.

La observé reunirse con su grupito, que curiosos le preguntaban por la golosina que yo le había comprado. Entonces me ensimismé pensando en lo bien que uno se siente cuando todo lo bueno que puedes dar, mínimo, es bien recibido. Y como que la mala onda me envolvió de nuevo, por el ¡Basta! de hacía pocos minutos. Hasta que uno de los amigos de Andreíta seguido por el resto de niños se acercó donde yo estaba y dijo: “¿Señor, verdad que usted invita algo si es que le dicen cosas bonitas?”. Al segundo de confusión por esa pregunta, entre inocente y tendenciosa, exploté en una carcajada que duró bastante rato. Y mientras reía a mandíbula batiente pude ver a Andreíta, que se había quedado atrás, mirarme de manera cómplice con su gran sonrisa, la misma de los momentos de alegría. Estaba como satisfecha de verme reír de esa manera, de verme alegre. También pude leer en su mirada y en su sonrisa, las palabras que siempre me decía : “No estés triste, sonríe”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

puedo leer esto miles de vecez y nunca dejare de llorar al final es tan dulce e increible agregandole que es la primera historia que leo de tu blog y pues dicen que la primera emprision es lo que cuenta y pues que mas puedo decir...
las andreitas siempre solemos tener algo especial...hahaha

camisetas de futbol baratas dijo...

vida Necesita una sonrisa