domingo, 24 de febrero de 2008

MARX MATO A LENIN

Curioso titular que bien podríamos imaginar en la pagina central de alguna sesuda revista, en donde se analiza el fin de la utopía socialista y el triunfo de la “libertad”. Quizá también una reinterpretación de los postulados económico – histórico – materialistas o alguna nueva manifestación del revisionismo contraculturoso.

Pero no es así. Más allá de categorías dialécticas, la historia sucedió en la vida real, y no fue en la Rusia pre revolucionaria o post perestroika. Ni en la Alemania durante la revuelta espartaquista. Aconteció aquisito nomás en el distrito de Vitarte, que para los alternosenderistas –Seguidores de El otro sendero– es uno de los espacios donde reside la fuerza pujante del capital y la modernidad peruana; en suma, donde la práctica, concreta sus credos liberales.

¿Pero qué carajo hacen Marx y Lenin en el territorio de la nueva utopía del Perú? Pues simplemente, participar de ella cada uno de la forma como la vida y las condiciones objetivas se les presentaron.

Marx Arotingo Ortiz, comprendió desde muy joven que si quería salir adelante, el trabajo honrado y el esfuerzo serían la mejor forma de conseguir el progreso, de acercarse a la utopía. De trabajo en trabajo y de esfuerzo en esfuerzo fue consiguiendo las mejoras que anhelaba alcanzar. Aún le faltaba mucho, pero a los veintinueve años la vida es un horizonte oscuro donde algún día se alzaría la aurora roja, como creían los gonzalistas. Él, veía ese amanecer de una forma opuesta: No creía que el poder nacía del fúsil, sino que el progreso nacía trabajando en la industria con mayor proyección del espectro neoliberal de nuestra patria, en una fabrica de confecciones de ropa. Era un obrero que vendía su fuerza de trabajo, un asalariado... un proletariado, como así lo sentenció en el siglo XIX, el viejo Karl Marx.

Su hermano menor, Lenin Arotingo Ortiz, en cambio, optó por otra de las alternativas que el actual modelo económico ofrece a la gran mayoría de desplazados –No solo territorial, sino también de oportunidades concretas y sólidas– Esa alternativa era el dinero fácil. A sus veinticinco años ya había pisado "Maranguita” y hasta hace poco estuvo preso en el penal de Lurigancho. Él no se alzaba contra los que tenían, no cantaba: Arriba los parias del mundo, para hacer que el tirano caiga y los siervos del mundo liberar. Tampoco creía que la propiedad sea un robo y había que expropiarla. Lamentablemente este Lenin, era de otro tipo. El vicio y lo fácil lo llevaban a confiscar las pertenencias de los que como él, no poseían mucho: sus vecinos, incluida su familia y su propia madre.

Esta diferencia de visiones del mundo hacía que Marx y Lenin tuvieran más de un encontronazo, más de un conflicto laboral, más de una lucha de clases. El obrero contra el lumpen proletariat

Hasta que un día Marx explotó. Lenin –A quien mejor le caería el nombre de Stalin– había llegado a la casa familiar, como siempre lo había hecho los fines de semana, a llevarse algo, cuando no encontraba a un vecino o a algún despistado a quien robarle hasta el cansancio del trabajo recién remunerado. Qué estaría planeando o que estaría angustiando que le exigió a su hermano, le entregara el arma que tenía para su seguridad personal (¿?) Ante la negativa vinieron las amenazas y las agresiones. La madre de ambos, intervino, pero una mano acostumbrada a no importarle nada, se alzó contra ella, una y otra vez... como había sucedido tantas veces tantas.

Y como se dio cuenta que nada conseguiría con esos golpes a su madre y a su hermano, que ya eran más que golpes, atentados, tomó el balón de gas y trato de cortar la válvula con un cuchillo, con la idea de incendiar la casa. Pensaba ser la chispa que incendiaría la pradera, el asalto al palacio de invierno.

Cansado ya de tanto, abuso, de tanta humillación, de tanta vejación, Marx hizo dos disparos, según refirió después, para asustarlo; pero, las balas fueron directamente al corazón de su hermano que dejó de existir en el acto. Sabiendo de su responsabilidad asumió su culpa como siempre había asumido sus actos. Espero ensimismado a la policía repitiendo: “Ya no aguantaba más, estaba harto”. ¿De dónde había salido esa arma? Esa es la gran pregunta. Lo cierto es que siempre hay un arma a la mano de los que oprimen, y también de los que están hartos de la opresión.

La utopía liberal se había acabado para Marx y también para Lenin. Al igual que la utopía socialista.

2 comentarios:

Durán dijo...

Hola Martín, soy Julio.

Solo para decirte que este post es el que más me ha gustado.

He dejado linkeada tu dirección en el blog de Hernán Migoya.

http://www.edicionesglenat.es/comicsario/?p=157#comment-199

Nos vemos!

Nicolás dijo...

Conchesumare!
Qué buen post!