miércoles, 26 de diciembre de 2007

Mundo cachina: el mundo marginal convertido en crónica

Esta es una entrevista hecha al periodista, narrador, poeta, cronicante y editor, Augusto Rubio Acosta. Dada la importancia de su obra en su ciudad natal de Chimbote, me parece indicado difundir esta interesante conversa, desde esta humilde esquina de nostalgicas historias.
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Entrevista con el narrador y periodista Augusto Rubio Acosta
Mundo cachina: el mundo marginal convertido en crónica

Juan Salazar Beraún

Más de diez años después hemos vuelto a ver en persona a Augusto Rubio Acosta, viejo compañero de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas y habitante permanente de ese nunca bien comprendido mundillo literario peruano. De la época de las aulas y de Mapa cultural, la revista que publicáramos durante nuestras últimas temporadas en San Marcos, no le queda sino la voracidad por la lectura, el caminar apurado y ese aparente halo de tristeza o taciturnidad que se quiebra con la confianza de los libros y la alegría de los días. Pero hablemos mejor de Mundo cachina (Río Santa Editores, 2007) el nuevo libro de este incansable habitante del lenguaje.

Augusto, quienes te conocemos desde hace mucho te recordamos siempre apegado a las formas no tradicionales de la escritura, al lenguaje coloquial. Estoy hablando de El Comando y también de las primeras publicaciones que los cursos de la universidad nos obligaban a producir. Al leer tus libros hemos constatado que esto no ha cambiado; al contrario, como que se ha acentuado esta característica en tu trabajo literario junto a un marcado aliento lírico. ¿Cuál es tu reflexión sobre esto?

A ver, El Comando siempre fue una revista donde era posible volcar las experiencias del barrista de Alianza y nació con ese objetivo: era una revista para el hincha de tribuna popular. En ese sentido siempre consideré que el lenguaje propio de la conversación debía ser registrada en la revista y en las obras escritas llamadas “formales”. El habla coloquial brota, natural y espontáneamente de la conversación de mis personajes, de mí mismo. Yo no dejo a un lado las manifestaciones lingüísticas conscientemente formuladas y quizá más cerebrales, lo que sucede es que quienes mayormente hablan en mis libros son gente del mundo marginal, desclasados y personajes que se comunican a diario en términos no académicos. Eso no quiere decir que no cuide que no se filtren impropiedades, cacofonías o códigos poco elaborados. A mi me agrada este tipo de lenguaje porque lo siento más afectivo, más musical, más cercano a la gente, al pueblo.
¿Cómo así te animaste a publicar narrativa?, cuéntale a los lectores de Máquina Zine ¿cómo acabaste haciéndote un narrador?

Aunque no lo creas, eso no es tan sencillo de explicar; digamos que las cosas sucedieron en el camino. Antes de publicar mi primer libro de cuentos Avenida indiferencia (Altazor, Lima, 2007) tenía al menos una docena de historias trabajadas a lo largo de varios años, las mismas que tuve que echar al cesto de la basura y del olvido porque después de mostrárselas a algunos amigos narradores caí en la conclusión de que no servían y constituían un mero ejercicio narrativo. A mi me dio mucha pena dejar de lado esos relatos porque fueron parte de una época maravillosa en mi vida. En ellos los personajes eran mayormente hombres y mujeres de teatro, que -como tú sabes- es una de mis pasiones. Incluso recuerdo que llegué a armar las historias a manera de librito artesanal. Remember Miraflores se llamaba ese conjunto. De esos relatos sólo rescate uno –modificado y recortado- en Avenida indiferencia, es una historia que habla del mundo de las tablas y quedó finalista en un concurso regional de cuento organizado allá por 1998 en un distrito ubicado al sur de mi ciudad.

Bueno, ¿y?...

Como te decía las cosas sucedieron en el camino. Después de la universidad volví a Chimbote, mi ciudad natal, donde inicialmente trabajé en cosas que no tenían absolutamente nada que ver con el periodismo, pero que me sirvieron de mucho para conocer otros mundos y personajes que de a pocos fui adoptando en mis nuevas historias. Empecé a publicar crónicas en el Diario La Industria de Chimbote, donde ya habían estado apareciendo mis artículos de opinión. Me vinculé al Grupo de Literatura Isla Blanca, donde aprendí bastante al lado de experimentados escritores del lugar donde nací, y poco a poco -con la lectura- fui afinando más el estilo. Avenida indiferencia salió a la luz en 2005, pero el libro estuvo listo desde el 2000. Lo que uno tiene que sufrir para que un editor se fije en tu trabajo… Felizmente hasta ahora mis libros han sido publicados por universidades o por editoras que han creído en mis textos; yo no he tenido que invertir un sol en la edición de ninguno de mis libros.

¿Qué tan estrecha es la relación entre Mundo cachina y tu trabajo periodístico?

A este libro yo le tengo un cariño especial. La mayoría de crónicas reunidas en ese libro aparecieron primero en La Industria de Chimbote, medio de comunicación donde trabajaba y que me permitió adentrarme en los espacios más disímiles y marginales de la ciudad. Durante buen tiempo anduve coleccionando crónicas producto de vivencias y conversaciones con alcohólicos, prostitutas, drogadictos, barras bravas, músicos populares, habitantes de barriadas, botaderos de basura, también crónicas respecto a mis preocupaciones como ciudadano y lector: la lamentable situación de la biblioteca de mi ciudad, reflexiones en torno a la lectura, la poesía, viajes, en fin, temas diversos. Mundo cachina se debe a todo eso y su vínculo con el ejercicio periodístico es tan evidente que a muchos periodistas que conozco les ha encantado el libro en tanto tiene esa impronta propia de las redacciones de diario.

¿Escribir es un sino?

Uno tiene el destino que se busca, el destino que te haces. Y si eres escritor, pues tendrás el destino que te has hecho con lo que has escrito, con tus libros. Desde que me di cuenta de mi verdadera pasión le puse mucho punche a mi trabajo creativo, a leer como un descosido, aunque confieso que he pasado largas temporadas alejado de un trabajo sostenido debido a que el trabajo que tenía muchas veces se convirtió en un obstáculo para escribir. Felizmente siempre he vuelto al ruedo, me siento muy cómodo aquí aunque no me considero un escritor disciplinado; ojalá con el tiempo lo fuera.
Hace un rato decías que Mundo cachina significaba el fin de una etapa en tu producción literaria. ¿Qué se supone que deben esperar los lectores?

Nada en especial seguramente. Lo que pasa es que con este libro siento como que cierro un ciclo e inicio otro. Vengo trabajando un proyecto editorial que acaba de iniciarse y eso me va a absorber en cuanto a tiempo se refiere; eso no significa que continuaré escribiendo, al contrario. Voy a seguir “limpiando” y alimentando mi nuevo libro de cuentos, el mismo que se va a tomar todo el tiempo del mundo para ver la luz. De igual forma los poemas y las crónicas que ya empezaron a apilarse en el escritorio. La difusión de la actividad cultural a través del programa de radio, el periódico donde escribo y el blog que administro (http://www.mareacultural.blogspot.com/) es algo que siempre voy a mantener en tanto eso se ha vuelto parte de mí desde hace mucho y es algo que realizo con sumo agrado. Con Mundo cachina se cierra una etapa. Ahora mismo estoy armando un libro de crítica literaria en torno al Grupo de Literatura Isla Blanca, el colectivo cultural que me vio nacer, y eso ya está inscrito dentro de mis nuevas actividades.

¿Dónde se puede adquirir tu libro?

Para empezar en la editora misma que lo sacó a la luz: Río Santa Editores (Chimbote). En Lima puede ser adquirido en el Bulevar Cultural de Kilka y si prefieren las compras por internet pues basta sólo comunicarse vía el blog que administro. Ah, lo olvidaba, mi libro también está a la venta en La Cachina, el mercado marginal del lugar donde nací; hay dos o tres cachineros y cámaras de gas donde se está vendiendo el libro. Cuidado nomás con los choros; vayan misios, sólo con el dinero justo cuando vayan a adquirir el libro.

jueves, 6 de diciembre de 2007

VEINTE AÑOS DESPUES DE LA TRAGEDIA

Aún recuerdo esa mañana, un miércoles gris. Cruzaba apurado la avenida Alfonso Ugarte rumbo al colegio Guadalupe. Eran los últimos días de clases, los últimos de la secundaria, los últimos de mi época escolar. Faltaba poco para que cerraran la puerta y conmigo iban otros apresurados. Al llegar a la esquina de Uruguay un titular me detuvo: “Avión de Alianza declarado en emergencia”.

Veinte años han pasado de ese 09 de diciembre del 1987 en que me enteré de la tragedia. Si bien se ha hablado, escrito y especulado mucho sobre eso, muy pocos han podido dejar testimonio de lo que significó esa noticia para los hinchas y no–hinchas de Alianza Lima. Acá mi versión de lo que fue para mi ese hecho.

Paralizado e incrédulo me quedé revisando todos los diarios del kiosco. No me importó, que me cerraran la puerta. A la segunda hora ingresamos los tardones y a diferencia del ambiente de fiesta que había caracterizado los últimos días, para los de quinto; en el patio había un mutismo que disimulaba la pena.

Todos estaban dentro de sus salones. En el mío y a pesar de no haber profesor, mis compañeros estaban concentrados en dejar los recuerdos en las camisas. Algunos conversaban en voz baja, otros simplemente miraban un punto indefinido. En todo el patio se había olvidado la algarabía de ya haber acabado los exámenes, de esperar solamente la clausura, la fiesta de promoción y de salir en busca de nuestras vidas… Pero la partida de esas vidas que considerábamos eternas, nos devolvió a la realidad de que nada es para siempre.

Ser futbolista destacado te da esa condición de eterno. Y ese equipo estaba lleno de ellos. Si bien la muerte la podíamos encontrar a la vuelta de la esquina, con un petardo o un coche bomba. No creíamos que los ídolos, los héroes, los que veíamos en la televisión y los diarios; los que nos hacían gritar sus goles y disfrutar sus triunfos; los que en suma le daban alegría al pueblo, iban a tener un final tan trágico.

Poco a poco los rumores nos iban confirmando que el real significado de lo inevitable, había sido lo que nos borraba la sonrisa. Fueron cinco horas de incertidumbre. Algunos abrigábamos una mínima esperanza. La cual se nos desvanecería pronto. Recuerdo a mi amigo de apellido Rosas llorar sentidamente cuando una noticia nos decía que no había sobrevivientes. Este mismo amigo, me dejaría en la camisa su recuerdo, un aliancista con una frase que decía: “Te dejo este recuerdo de mi Alianza Campeón”.

Al salir del colegio fui corriendo al barrio. La esquina de Huaraz con Venezuela en Breña, donde nos juntábamos para ciriar a las del Rosa de Santa María, estaba igual de concurrida, pero igual de callada como el colegio. El primero que me confirma lo que no deseaba escuchar es un amigo aliancista, Rafael: “Todos murieron”. Otro amigo, crema él, se le une y me dan como una especie de pésame, a ellos siguieron otros más, cremas y blanquiazules. No había de otros equipos, pero sé que si lo hubiera habido igual me hubieran dado un pésame. Después me enteraría que se lo dieron a todos los amigos que llevábamos la de Alianza en el corazón.

Luego vendrían los informes, los homenajes, los posters en los diarios, las vinchas. Recuerdo que lo más conmovedor de todo fue escuchar llorar a Waldir Pereyra, Didi, en enlace telefónico desde Brasil, junto a Pocho Rospigliosi. De solo recordar ese momento me emociono.

Más allá de todo lo ocurrido alrededor de esta penosa tragedia, este hecho nos hizo reflexionar sobre la muerte a nosotros, chiquillos que estábamos por salir en búsqueda de nuestro destino. Más aún que solamente el año pasado habíamos visto a una de las victimas derrochar habilidad con la camiseta celeste de la selección del colegio y a quien después de campeonar, en un partido contra el Bartolomé Herrera, lo metimos en hombros al patio de honor. Sí, se trata de Braulio Tejada que recién había acabado la secundaria el año 1986.

Veinte años después, pienso que ese silencio en el patio de quinto, era para todos nosotros–aliancistas o no– el saber que en esos tiempos violentos, ninguno estaba seguro de nada. Ni del futuro ni de la vida. Ni los chancones, ni los brutos, ni los vagos ni los aplicados, ni los forajidos ni los sanos, ni los peleadores ni lo tranquilos. Ni siquiera los ídolos eternos.

¡Arriba Alianza toda la vida!

lunes, 3 de diciembre de 2007

A PROPOSITO DE LA FERIA DEL LIBRO DE NUEVO CHIMBOTE

Sin miedo a equivocarme puedo afirmar que la ciudad de Chimbote, es una de la que más veces ha sido considerada en poemas, cuentos y novelas publicadas. Únicamente, creo yo, superada por Lima. Lo particular de esto es que no sólo han sido escritores locales, los que usan sus calles y personajes para narrarnos historias muy bien escritas, sino también foráneos de la talla de José María Arguedas, Maynor Freyre, entre otros.

Los primeros rumores que escuché sobre Chimbote fueron los de mi padre. Eran Sus experiencias de obrero en las fábricas de harina de pescado. Él, como muchos, fue a probar de ese progreso que el Boom de la pesquería ofrecía a todos los peruanos. Lastimosamente esa explosión terminó por la ambición capitalista desmedida y la falta de planificación, sobre todo la falta de respeto a los recursos naturales y al medio ambiente. Pero, todas las contradicciones que hicieron de esa paradisíaca caleta de pescadores en una ciudad industrial, fueron motivo para que hombres y mujeres sensibles buscaran la manera de hacer saber que en Chimbote, no sólo se producía harina de pescado y productos siderúrgicos, sino también cultura.

La migración, de la sierra y de las ciudades de la costa. La llegada de comerciantes y aventureros europeos y asiáticos. Los conflictos laborales entre obreros y empresarios pesqueros. La formación de barriadas y el aumento de la delincuencia. La bohemia, las mujeres y el club de fútbol José Gálvez. Todo ello sumado al final del apogeo de la pesca y finalmente al terremoto de 1970, que destruyó un 75% de la ciudad, forjaron la temática que llenaría las páginas de cuentos y novelas.

Carlos Eduardo Zavaleta, Julio Ortega, Augusto Rubio, Fernando Cueto, Oscar Colchado (premio Juan Rulfo 2002) entre otros, son nombres que dan vida a la literatura de la provincia ancashina del Santa y de la cual se sienten orgullosos sus paisanos. Bajo la consigna de: "Para dejar de ser foráneos en nuestra propia tierra, leamos lo nuestro", Rio Santa editores, de la mano del señor Jaime Guzmán Aranda, promueve la lectura y valoración de sus escritores, mediante actividades literarias.

La Feria del Libro de Nuevo Chimbote, es una muestra. Auspiciados por la municipalidad de dicho distrito y por personas amigas que de alguna u otra forma apoyan para que todo salga bien. Se nota el compromiso y yo puedo dar fe de ello, porque fui invitado el 27 de noviembre a presentar mi novela.


Desde el año 1998 no visitaba Chimbote. He vuelto a caminar por sus céntricas calles, apreciar sus mujeres, libar cerveza en uno de sus más antiguos bares: El Chissisi y pasear por su bello malecón.

Pero siempre uno se encuentra con las contradicciones propias de esta urbe: Mientras la calma del mar y la vista de las islas que rodean la bahía, adornadas por algunas bolicheras, me hacía pensar y replantearme algunas cuestiones sentimentales, pude ver a cuatro lobos de mar que yacían varados entre las piedras que colindan con el malecón. Una decena de buitres daban cuenta de ellos. El mar contaminado, por los desechos de las fábricas harineras y siderúrgicas, es el causante.
Más allá de esto he quedado agradecido con la hospitalidad de los organizadores y del público. Con las muestras de solidaridad literaria que escritores como Augusto Rubio, Pablo Pinedo y Fernando Cueto dieron a mí persona y a mi libro. También impresionado por la belleza del distrito de Nuevo Chimbote, con su plaza mayor y su hermosa Iglesia Catedral.

Pero, por sobre todo, impresionado y agradecido con la preocupación por difundir la literatura de su ciudad y del Perú entero.