lunes, 25 de abril de 2011

MOTORHEAD. Los motores del Hardcore punk y el Thrash Metal

Sid Vicious y Lemmy Kilmister

Aunque suene raro hubo un momento en Lima, en que punks y metaleros no se podían ver ni en pintura. Consecuencia de esas antipatías generadas por la diferenciación que implica asumir una identidad, en este caso estético-musical. En ese sentido hubo un ataque a la discoteca No Helden, por gente de la Horda Metálica, y una gresca en la final del concierto de Rock No-profesional, en la concha acústica del Campo de Marte en 1987.

Sin embargo, para los que escuchaban punk o hardcore, era extraño ver a los GBH, a los Discharge o a los DRI con polos de Motorhead. Muchos se preguntaban, ¿pero si esos son metaleros? La verdad que era más de imagen.

Es que todo quedaba descartado cuando se escuchaban esas guitarras que nos remitían a un rocanrol de vanguardia, intermedio entre el punk anfetamínico y el metal más pesado. Más allá de los cabellos largos y las ropas de cuero, Motorhead – surgido a mediados de los setenta – ya vislumbraba lo que sería el sonido Hardcore Punk y el Thrash Metal de los ochenta. Esto motivó que algunos críticos desorejados los calificaran como “La peor banda del mundo”.

Lemmy y Wendy O' Wiliams de Plasmatics

Dentro de los metaleros, sucedía casi lo mismo, porque era extraño ver a Lemmy, junto a personalidades punkekes, como Wendy O’Wiliams, la cantante de Plasmatics, con quien protagonizaría un largo y tortuoso romance. O, como el mismo manifestaría en una entrevista: “Yo me siento más cercano de Sex Pistols y The Damned que de Black Sabbath”. Para el dios cabeza de motor, no existían esos distingos, como debe ser para bien del rocanrol. Otros músicos sellarían ese acercamiento. Kerry King de Slayer tenía su guitarra llena de stickers de bandas como Sex Pistols, Dead Kennedys, Discharge, Sucidal Tendencies, Blag Flag, etcétera.

Poco después metaleros y hardcorepunks limeños compartirían escenarios, sin ningún problema. Los conciertos Metalcore I y II en el colegio Los Reyes Rojos, serían los pioneros y marcarían el surgimiento de bandas de Hardcore Metal como Currículum Mortis, Desarme, Réquiem, Anti, Kaos o Dogma SS. El leuzémico Daniel F, quien llegaría a tocar en las dos últimas bandas, lleva un tatuaje de Motorhead en el brazo.

Recuerdo un concierto en el pasaje Peñaloza del centro de Lima, donde tocó Eutanasia junto a Hadez, Kranium y Anti. En un momento Abel Morbo, batero de Anti, tomó el micrófono y dijo: “Esta tocada, marca la unión del punk con el metal”. Entonces, ya no sería extraño ver en un solo concierto a peloparados y melenudos, juntos.

Pues bien, mañana en el concierto de Motorhead, fácil se verá esa unión, no solo entre el público sino en la potente música que Lemmy y compañía, amenaza con descargarnos… ¡¡¡Todo sea por el rocanrol!!!

martes, 19 de abril de 2011

ENTREVISTA FUERA DE ORDEN

Mi amigo poeta Eduardo Pucho, realizó esta conversa picante y al desnudo, donde no oculto nada, sobre mis libros y otros temas de actualidad política, deportiva y culinaria. No se le escapa nada a mi causita... Espero les guste.





miércoles, 13 de abril de 2011

EN MEMORIA DE JOSE EDUARDO MATUTE DE ATAQUE FRONTAL

Matute de Guerrilla Urbana/Ataque Frontal

Hace unas semanas, cuando estaba en Alemania, recibí la mala noticia del fallecimiento de José Eduardo Matute, guitarra de Guerrilla Urbana y Ataque Frontal. Me apené mucho porque aunque no habíamos sido amigos, su música ha influenciado mucho en lo que soy como ser humano. Algunas veces compartimos una charla, que se centró en su banda, cuyas canciones son himnos de una generación, y cuyo Ep editado en Francia, aún conservo.


Bien, el poeta Roger Santivañez, ha escrito un homenaje a la figura de José Eduardo, que deseo compartir con ustedes.


LA MEMORIA DEL CORAZON / En homenaje a José Eduardo Matute. Testimonio de Roger Santiváñez


1

CONOCI a José Eduardo Matute una alucinante tarde de domingo a fines de febrero de 1985. Concierto rock en Ancón organizado por la Muncipalidad del sitio. Llegamos en mi datsun stanza los hermanos Raúl y Ricardo Montañez más Edgar Barraza Kilowat. El estrado estaba colocado apenas comenzando el mnalecón de la zona residencial del balneario. Pronto estamos reunidos con Leo Escoria. Súbitamente se me acerca un delgado jovencito impecable en su ajustado pantalón negro y pulquérrimo polo blanco con la A envuelta en un círculo: “Yo soy Narcósis” –me dice dándome la mano. Era Fernando Cachorro Vial. Luego voy conociendo a Silvio Ferrogiaro Espátula Venérea, Edwin Zcuela, Saúl Cabrera el Omiso, Kike Excomulgado y finalmente a Matute. Todos creíamos que era un chaplín punk aludiendo –en joda- al tombo Matute de unos dibujos animados populares en la TV de hacía poco; pero no, pronto nos dimos cuenta que ese era realmente su apellido y su nombre José Eduardo Matute, y –para nosotros-debido a su alta talla y corporeidad: Matutazo o Matutón.


COMIENZA el concierto con la presentación de Kilowat y su banda Kola Rok. Todo iba muy bien, Kilo rompía el escenario con su versión peruana de la famosa –Johnny Be Good- canción de Chuck Berry, que él identificaba como Johnny Huancayo: “Johnny vino de Huancayo city papay / dijo que quería ser una estrella del rock /… /Ahora recuerda los consejos de mamá / No dejes la casa para vivir allá / La vida es una mierda en Lima la capital / Vendió su guitarra a los borrachos del bar / Con el dinero que pudo recabar / Volvió en el tren de regreso a su hogar”. De pronto y por pura emoción popular política –mientras movía el cable del micrófono como un látigo principia a vociferar: “Viva el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru / Viva el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru”, lo cual –obviamente- asustó a la pituquería anconera apostada en los balcones de sus apartamentos en los edificios que estaban al frente, y –por supuesto- disgustó a los organizadores del concierto –gente de la Muncipalidad- quienes procedieron atropelladamente a cancelar el espectáculo. Alguien llamó a la policía y entonces salimos volando, corriendo cada uno por su lado, para encontrarnos en la puerta de mi estacionado auto.


NO SE COMO nos hemos metido en el carro casi todos los que estuvimos allí. Enrumbamos hacia mi departamento en una de las Torres de San Borja y rematamos la tarde-noche con sendos rones con cocacola. Ese fue el inicio de mi amistad con José Eduardo. En esos momentos se encontraba en la etapa de formación de su banda Guerrilla Urbana, la que pronto debutaría integrada por Leo Escoria, Kimba Vilis, Pedro Cornejo y él mismo. Con este equipo grabó Guerrilla Urbana sus canciones en el caset Rock Subterráneo. Volúmen 1 a mediados de 1985, junto a Leuzemia, Zcuela Cerrada yAutopsia. Hasta ahora resuenan en mi mente los violentos y turbios acordes del sonido guerrillero en temas como ‘Esres sólo una pose’, ‘Asco’ , ‘Consignas generales’ donde puede escucharse: “Asaltos oficiales / Nadie es inocente/ Sangre en todos lados” –fiel retrato en rock del Perú de los 80s y de todavía- , y versos como ”La música es amarga” trasuntando una sincera rebeldía juvenil fresca y anárquica, en contra la farsa democrática y la corrupción total del sistema. Por esta época José Eduardo me contó que un agente del servicio de inteligencia del Ejército lo fue a buscar a su casa para preguntarle si Guerrilla Urbana tenía alguna relación con lar organizaciones subversivas, en ese instante levantadas en armas. Por supuesto que no –le respondió Matute: se trata de música, nosotros somos artistas. Pero entonces decidió cambiarle de nombre a la banda, denominada a partir de allí Ataque Frontal. Ya para ese instante Espátula Venérea o simplemente Silvio Espátula, había asumido el rol de primera voz del conjunto. Después con el viaje de Leo Escoria a Italia, y la salida de Kimba, entraron Raúl Montañez y Fernando Boggio.


2

EN ESA inmarchitable época José Eduardo llegaba a buscarme a las oficinas de OIGA en la calle Chinchón –donde yo trabajaba- los sábados en la noche, para enrumbar usualmente a su casa, donde oíamos bandas como Un millón de tombos muertos, o Exploited –entre las que recuerdo- y por supuesto a Sex Pistols, Public Image Limited y a Johnny Rotten convertido –a la sazón- en el solista John Lydon y su long play Second Edition que a Joé Eduardo le encantaba. Siempre tenía primicias musicales norteamericanas, británicas o latinoamericanas –del Brasil por ejemplo- así como material impreso: libros, revistas, afiches, pins, parches, de la parafernalia punk del momento. Y llegaban de pronto Gonzalo Púa y Guillermo de Autopsia, y nos íbamos a ver al Cachorro –de Narcósis y tambien de Autopsia. Volábamos al No-Helden de la esquina de Chincha y Wilson en el centro , para encontrarnos con Leo Escoria y Kilowatt con Raúl Montañez y Kimba Vilis. El Chino Mañuco Villavicencio –propietario de la cave más bacan que ha habido en Lima-empezaba a disparar las cebadas y el ron. O sino podia ser Barranco.


Como aquella noche alucinante, en que plácidamente escuchábamos en el tocacintas de mi auto, un caset que José Eduardo no sé cómo se había agenciado con todas las canciones de los increíbles Saicos, estacionados en la Plaza Central de Barranco. De pronto Leo Escoria dijo: voy a conseguir cigarros al Juanito y salió del carro. Minutos después regresó compungido e indignado. Unos muchachos típicos pitucos lo habían insultado y burlado de su atuendo punko. Siendo dos patas, Leo no había podido defenderse. Entonces estaba asado y se quejó ante nosotros metidos en el auto. Unos huievones me atacan y mis amigos no hacen nada –nos espetó. Proseguimos tomando las botellas de ron que teníamos hasta que yo les dije: Bueno, voy a subir a la Taberna del 900 –donde Leo nos dijo que habían entrado los patitas- y saco a esos tipos. Okey respondieron todos – Matute, Leo, kilowatt y el Omiso, que eran los que estaban allí, hasta donde recuerdo- . Ya en la Taberna me dediqué a presionar a los muchachos ya ubicados, y poco a poco ellos decidieron abandonar el local. Ni bien terminaron de descender las escaleras y alcanzaron la calle, el Omiso les cayó encima con una pequeña cadena que portaba, y posteriormente todos nosotros les hemos dado una paliza en plena pista. El Juanito cerró sus puertas y la gente huía despavorida. Salimos volando antes de que llegara la policía. Compramos más trago en el Mercado de Surquillo y seguimos hasta mi depa en las Torres de San Borja. La mancha estaba eufórica.


Años después –a fines de los 90s- recordaba esta ocasión con Matute en Quilca y nos reíamos recordando la cadenita del Omiso –a todas luces original de un accesorio femenino- pero que nos había sido de gran utilidad aquella noche salvaje para redimir a Leo Escoria de la afrenta reaccionaria.


3

Así pasó el tiempo. La vida nos lleva por diferentes caminos y dejé de frecuentar a José Eduardo, quien también se había inclinado al cine y trabajaba en ello, como me contó alguna vez en una cita casual. Hacia mediados de los 90s volvimos a encontrarnos y a conversar en la bohemia de Quilca y el bar Queirolo. Siempre interesado en la poesía me comentaba algunas lecturas o me inquiría sobre autores. Recuerdo por ejemplo, a fines de los 90s cuando volvió al Perú –después de muchos años- Silvio Ferrogiaro, el increíble Espátula Venérea de los días iniciales; haber estado con José Eduardo, Montañez, Marcel Velaochaga, Mónica Marrero y cierta mancha subte más nueva en una alargada mesa del Queirolo.


Durante mi última estadía en Lima –en marzo del pasado año- me encontraba en una mesa de la sala delantera del ineludible Queirolo- cuando en eso, diviso a José Eduardo Matute que iba de salida viniendo desde el fondo del bar. Naturalmente le pasé la voz y él tuvo la gentileza de acercarse a saludarme por un instante. Recuerdo que le pregunté: “¿Y? ¿Sigues con la música? –Claro –me respondió –Eso siempre”. Jamás me imaginé que esa sería la última vez que lo vería.


Aquejado de una dolencia cardíaca, he sabido que justamente dudaba de colcarse el marcapaso recomendado por el médico, debido a que el artefacto se acploaría y por esta razón nunca podría volver a tocar la guitarra eléctrica. Ahora comprendemos lo difícil que hubiera sido dicha situación para José Eduardo Matute, para quien el instrumento –emblemático del rock que él amaba- era casi una prolongación de su alma y de su corazón, aunque estuviera herido. Y cuando –al parecer- ya se estaba convenciendo de la conveniencia de entrar a la sala de operaciones, lo sorprendió la parca, quizá por que los dioses deseaban dejarnos –para siempre- la memoria de su corazón unido a una guitarra de rock and roll. Hasta la vista, querido Matutón. Viva la Anarkía. [Roger Santiváñez, 10 de abril de 2011, junto al río Cooper, New Jersey]


Página de la revista Maximun Rock & Roll, donde dan cuenta de la partida de Matute. En los 80 la misma revista hizo una nota extensa sobre Ataque Frontal

Matute como que se desvanece en esta foto, por las luces. Detrás Montaña y Pepe Abad

Con Silvio Espátula, en el concierto de retorno de Guerrilla Urbana/Ataque Frontal


Fotos tomadas en el concierto de Guerrilla Urbana/Ataque Frontal, en el Nuclear Bar. Por Martín Roldán Ruiz.

jueves, 7 de abril de 2011

EN EL 11° SALON DEL LIBRO DE LUXEMBURGO


En marzo de este año fui invitado, junto a escritores de varios continentes al 11° Salón del Libro de Luxemburgo, dentro del 28° Festival de la Migración, la cultura y la Ciudadanía. Como cada escritor tenía que hablar de su obra, preparé este texto que fue la base para mi intervención. Espero sea de su agrado.

A NOSOTROS SE NOS HA ENTREGADO UNA CATASTROFE

Por: Martín Roldán Ruiz

Yo creo firmemente que uno es producto de su tiempo, que si somos de tal o cual forma, hemos sido determinados, espontáneamente, por los acontecimientos que nos han marcado la vida, y que si de alguna forma tenemos que expresarnos, siempre nos vamos a remitir a esos mismos acontecimientos. Siendo de vital importancia la forma cómo nos enfrentamos a los tiempos que nos han tocado vivir. Es decir, nuestra posición frente al mundo. Si vamos a pasar por la vida sin rebeldía ni esperanza, como un simple transcurrir. O si nos vamos a enfrentar a ellos.

De esto deduzco, también, que las expresiones artísticas más puras y honestas para significar ciertos contextos, han surgido en tiempos convulsionados. Determinadas por el contexto social que les dio forma. Por tal motivo, antes de hablar de mis dos libros, quiero mencionar el contexto social anterior a su escritura, para poder situarnos en ellas. Sobre todo, de dos fenómenos sociales dentro de los cuales se enmarcan. Me refiero al movimiento del Rock Subterráneo y al fenómeno de las barras bravas o la violencia en el fútbol.

EL SOUNDTRACK DE UNA EPOCA

Como muchos deben saber, en los años ochenta, el Perú, atravesó una época de terror signada por los atentados de los subversivos que se habían levantado contra un orden que consideraban injusto, y la represión de las fuerzas del Estado. Sumado a ellos una crisis económica heredada del régimen militar de los años setenta, que se acentuó en el régimen democrático con el gobierno de Fernando Belaúnde, y que se agudizó al extremo con la irresponsable conducción del gobierno de Alan García en la segunda mitad de esa década. Esta situación creó un ambiente de incertidumbre, entre los jóvenes, frente al futuro y posibilidades del país.

De las expresiones artísticas urbanas que casi inmediatamente consignaron el descontento frente a dichos sucesos; fueron la poesía, el teatro y la música (básicamente el rock), las más activas. Si bien hubo también producción poética, teatral y musical de parte de los militantes subversivos, estas se diferencian por obedecer a directrices partidarias que seguían un único derrotero: Exaltar y justificar sus actos. No eran creación espontanea de los individuos que las conformaban. Al contrario de la poesía y la música, concretamente el rock, que expresaban ese descontento propio de una juventud capitalina que había crecido entre apagones y atentados.

El novelista Miguel Gutiérrez, en su ensayo Narrativa de la Guerra 1980 – 2006, dice lo siguiente: “Esta ausencia la suplió con creces y originalidad el rock subterráneo que bandas como Leuzemia, Eutanasia o Guerrilla Urbana crearon en los años más duros de la guerra. Anárquicas y libertarias, estas composiciones, de ritmo poderoso y avasallante, conforman, con los huaynos andinos contestatarios, la banda sonora del tiempo en que la vida en el Perú no valía nada y la muerte violenta se convirtió en un suceso rutinario”.

CUANDO EL ROCK NO ES ALIENANTE Y SE CONVIERTE EN EXPRESION DE UNA EPOCA

Hacia inicios de la década de los ochenta, el panorama rockero limeño se había estancado. Las bandas se dedicaban a repetir los temas de Deep Purple, Slade, Rolling Stones, o los éxitos comerciales difundidos por las emisoras radiales. Aparte había una serie de bandas que cultivaban una música ligera con mensajes propios de coro parroquial que no llegaban a identificarse con un grueso sector de jóvenes en proceso de búsqueda. Un rock alienante que repetía de manera mediocre el mainstream norteamericano. Era una situación extraña porque años atrás la movida peruana había sido muy fuerte y original a nivel sudamericano. En la década del sesenta habían surgido Los Saicos (considerada la primera banda musicalmente punk a nivel mundial) y en los setenta, Tarkus (Primera banda sudamericana de Hard Rock en cantar en castellano)

La fuerte politización de la sociedad peruana durante el régimen militar en los años setenta, que permitió el auge de la izquierda política– más aún con la lucha por la vuelta a la Democracia – copó todos los aspectos y rincones de la sociedad, desde la esquina del barrio hasta los almuerzos familiares. En consecuencia, muchos jóvenes habían tomado conciencia de la realidad del país, y se encontraba en búsqueda de formas de expresión, para cuestionar el sistema.

Fue dentro de la poesía, que ese espíritu contestatario se fue forjando hasta alcanzar notoriedad en los circuitos artísticos. En los años setenta, los poetas del movimiento Hora Zero cuestionaron la poesía anterior a ellos, creando novedosas formar de poetizar. Su principal propuesta: el “Poema Integral”, con ella pretendían "escribir la angustia, escribir la lucha, escribir la violencia". Su posición de artistas iconoclastas fue recogida por los poetas de inicios de los ochenta que llegaban a escena con una nueva sensibilidad. Surgirían, entonces, nuevas voces y grupos poéticos cuyas obras ya se enmarcaban dentro de lo que estaba pasando en el país. Hora Zero había propuesto ir a las calles y poetizar lo que había en ella. Los que vendrían en la siguiente década llevarían al extremo esta propuesta y se meterían en los fumaderos, en los sectores lumpen, en los abismos marginales, para plasmarlo en arte. Estos serían los poetas del grupo Kloaka.

En su artículo Poesía en Rock, el novelista e investigador Carlos Torres Rotondo, afirma que el grupo fundado por Roger Santiváñez y Mariella Dreyfus fue “el antecedente literario de la Movida Subterránea que estallaría en 1985”. Kloaka fundó una estética anárquica. “Versos furiosos y alucinatorios que describían visiones urbanas del caos”, diría Torres Rotondo sobre la poesía de Domingo de Ramos, uno de los más representativos de Kloaka. Esto los hizo muy cercanos a los temas de ciertas bandas de rock que pululaban por las zonas marginales de Lima, buscando un espacio más estable para sus presentaciones. Lo cual devino en una estrecha relación de amistad y trabajo en recitales, donde poesía y rock irían de la mano.

Roger Santivañez cuenta que el desaparecido Edgard Barraza, más conocido como Kilowatt, fue el que llevó la voz cantante del rock and roll a los recitales de Kloaka con su banda Kola Rock. Y fue él mismo quien los contactó con un desconocido trío que recién empezaba a tocar y que se hacían llamar Leuzemia, banda que junto a Narcosis, Zcuela Cerrada y Guerrilla Urbana, serían los iniciadores del Rock Subterráneo. Era más o menos 1983 y esto recién empezaba.

¿Pero qué es en sí el rock subterráneo? Podemos decir que es una expresión urbana - marginal surgida espontáneamente entre jóvenes cultores del rock que vieron necesario expresar su descontento a través de la música, básicamente influenciados por el punk.

Leuzemia, junto a las demás bandas se levantaron contra una argolla de bandas comerciales que no representaban en nada las inquietudes de jóvenes que estaban consientes de cómo el país se estaba yendo al carajo. En consecuencia, establecieron un circuito alternativo de conciertos, distribución de maquetas (cintas-demo) y prensa aficionada (fanzines), la cual fue expandiendo la nueva onda por lo bajo, subterráneamente. Hasta que en 1985 un informe de televisión llevaría al rock subterráneo y a los subtes (así se denominaba a los seguidores) a todo el país, propiciando el estallido.

Aparecieron bandas de rock en todos los barrios de Lima, desde los barrios de la clase media hasta las zonas más marginales. Las paredes fueron pintarrajeadas con los slogans e iconografía subte, donde la A de la Anarquía era el principal símbolo. Los pelos parados, las casacas de cuero y las botas militares, más conocidas como chancabuques, fueron adoptados por los seguidores de lo subte.

¿Y cuál era la temática de sus canciones? Les hago una breve descripción de cómo era la situación del Perú para darnos una idea:

En la segunda mitad de los ochenta, gobernaba el actual presidente del Perú, Alan García. Una serie de errores en el manejo de la economía causaron una catástrofe financiera que se tradujo en 2,178.482 % de inflación acumulada. Las personas cobraban su sueldo y al instante lo cambiaban en dólares, porque corrían el riesgo de que al siguiente día su dinero se hubiera devaluado. Escaseaba todo tipo de alimentos básicos. Las familias muy pobres, usaban alimento para aves llamado NICOVITA para preparar el almuerzo. El índice de pobreza sólo en Lima Metropolitana ascendió a 43 %. Y El nivel del subempleo ascendió a un desastroso 73 % al término del gobierno aprista. Proliferó la especulación, y las inmensas colas para adquirir arroz, leche o azúcar fueron el punto de socialización habitual, por las interminables horas que se pasaba ahí. Es obvio mencionar que no había trabajo. Las huelgas se organizaban, se levantaban y se volvían a organizar cada mes. El número de horas perdidas por conflictos laborales con el gobierno, aumentó de 6 millones en 1985 a 124 millones en 1990.

La subversión ya tenía más de un lustro con su accionar de terror. Lo que en un principio se creyó un asunto de “serranos”, por parte de los limeños – En 1980 el presidente Belaúnde los calificó de ser unos cuántos abigeos – ya hacían sentir su prédica y sus atentados en la capital. Los apagones sumían a la ciudad en una oscuridad total, y la Hoz y el Martillo brillaba en los cerros, formada con decenas de antorchas, advirtiéndonos que la aurora roja se estaba alzando por el horizonte. Tal como anunciaban los salmos de Sendero Luminoso. Los llamados Paros Armados y las pintas subversivas en las zonas marginales, avizoraban Los Cinturones de Hierro que estrangularían a la capital, tal como Abimael Guzmán, el camarada Gonzalo, predecía en su estrategia maoísta del campo a la ciudad.

Las universidades nacionales habían sido tan infiltradas que era el lugar donde se captaba a la mayoría de futuros militantes. Los atentados a dependencias públicas y puestos policiales, con petardos de dinamita o coches bomba, eran tan a menudo que el solo hecho de ver un auto mal estacionado, o un paquete sospechoso, nos hacían cruzar a otra calle o regresarnos por donde habíamos venido. Diariamente sucedían ajusticiamientos contra civiles que por alguna razón eran considerados “Enemigos de la Revolución”. O contra simples policías de tránsito a quienes les robaban el arma. O los enfrentamientos en cualquier lugar de Lima con saldo trágico de muertos y heridos.

La policía y las fuerzas armadas tenían también su mérito en esta vorágine de terror. Las batidas donde detenían a los indocumentados, y a los que poseían la fachada estereotipada de subversivo, es decir jóvenes de rasgos andinos. Ser estudiante de la universidad de San Marcos, más aún si pertenecías a las facultades de Sociología o Antropología, te aseguraban ser catalogado como terrorista. Muchos no regresarían. O muchos serían encontrados muertos en algún lugar. Sumado a esto, las acciones ilegales de los paramilitares agrupados en torno al comando Rodrigo Franco, integrada por militantes del partido gobernante, hacían que el ambiente sea de miedo e incertidumbre.

Aparte una ciudad desordenada, sucia, sobrepoblada y tugurizada. Dónde el tránsito era un caos, llena de vendedores ambulantes, de basura en las esquinas. Con una clase política incompetente y un presidente tan cínico que no era capaz de reconocer que sus medidas estaban hundiendo más al país… Contra todo esto cantaban los rockeros subterráneos.

Ahora, en medio de esta situación, imagínense a un adolescente de 17 años, que vivió su niñez, entre los mensajes de esperanza por un Perú mejor, con las reformas del General Velazco, a favor de las clases necesitadas. Que escuchaba en su casa el debate político sobre las revueltas por regresar a la Democracia, y la esperanza que esto generaba en los peruanos. Y que sentía que todo se estaba yendo a la mierda. Que lo único que poseía era vivir el momento, porque el No Futuro, era lo único que se vislumbraba: Sendero con su prédica de muerte avanzaba en su toma del poder y el gobierno hundía cada día más al país

¿Se imaginan, ustedes, cómo podía ser la vida de este muchacho que encontraría en el movimiento subterráneo una identidad y el espacio donde poder desarrollar sus expectativas de expresión… y tal vez el amor? Pues de eso trata mi novela Generación cochebomba.

LITERATURA DE LA GUERRA.

Este hecho tan traumatizante como fue la guerra interna de los ochenta y principios de los noventa en el Perú, forjó una nueva sensibilidad en los escritores. Desde casi sus inicios fueron escribiéndose historias, en un principio aisladas, que con el tiempo devinieron en una especie de BOOM literario. Miguel Gutiérrez en su ensayo La Novela y la Guerra afirma: “Se fueron escribiendo durante los años más duros de la guerra interna, algunas ficciones marginales, casi clandestinas, que con el transcurrir de los años, con el concurso de los narradores de todas las generaciones vigentes en el Perú, incluyendo a los más jóvenes (es decir, aquellos que vivieron su infancia y pubertad bajo el imperio del miedo), conformaron lo que de manera tentativa podemos denominar una narrativa de la guerra”.

Dentro de esta categoría el investigador norteamericano Mark Cox consigna 300 cuentos, y 68 novelas publicadas por 165 autores hasta el año 2010. Esta diversidad abarca cada una de las visiones de los sectores de la sociedad peruana que padeció dicha guerra. Tenemos novelas y cuentos, de escritores que vivieron en carne propia la violencia en el interior del país. En la zona andina sur y central del Perú, donde fue mucho más cruento el enfrentamiento entre Sendero Luminoso y las fuerzas gubernamentales, y donde el índice de civiles desaparecidos o muertos es escalofriante. Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación, se calculan unas 70 mil víctimas.

También hay la visión de escritores capitalinos, de distinta clase social. Cada uno brindando la interpretación desde su sensibilidad particular. Lo cual ha generado polémica en cuanto a la valoración de dichas publicaciones: Si interpretan verdadera y honestamente lo que pasó. Más allá de esta polémica yo considero que es difícil que un escritor proveniente de un sector social determinado haya vivido y sentido, lo que pasó en ese tiempo violento, de la misma forma que uno de un sector social distinto. Es decir, un escritor de zona residencial no la va a vivir igual que otro de barrio o de la periferia. Pero sí me parece válido que haya esta diversidad, porque son formas distintas de ver algo que fue común a todos, y es bueno conocer todas las versiones habidas y por haber. Siempre y cuando obedezca a una interpretación honesta. Como dice Miguel Gutiérrez al final de su ensayo: “La guerra interna no debe ser tomada sólo como un tema literario o impuesto por las demandas del mercado del libro. Pues siempre debería tenerse en cuenta que las novelas de los grandes maestros, siendo gran literatura, se imponen por la verdad humana que revelan”.

Tomando en cuenta lo último, la principal motivación que me llevó a escribir Generación cochebomba, fue narrar ese tiempo, tal como padecí el drama humano desde mi posición social de muchacho de barrio antiguo de Lima, que participaba del movimiento subterráneo. Pero, tampoco se interprete esto como que la novela es mi historia personal. No niego que hay hechos de mi vida que han inspirado capítulos del libro, porque creo firmemente en lo que dice Simone de Beavouir: “Se escribe a partir de lo que se ha vivido”, pero es en gran parte una construcción ficcional.

Lo que si trato de reflejar en mi novela, es la incertidumbre de crecer en medio de una guerra que no entendíamos y que no habíamos pedido vivirla. No sé si lo he logrado, pero el libro ha tenido buena acogida. Es motivo central de una tesis de licenciatura en la Universidad Católica de Lima. Y por lo que me han escrito lectores muy jóvenes, les ha ayudado a conocer esos años. Es más, el título está siendo tomado como una denominación generacional.

Pero, más allá de todo, al ser ese tiempo traumático común a una generación, y el rock subterráneo un fenómeno propio de su tiempo, otros escritores han tocado el mismo tema. Julio Duran con Incendiar la ciudad, Rafael Inocente con Ciudad de los culpables y Carlos Torres Rotondo con Nuestros años salvajes. Ellos, al igual que yo, fueron partícipes de la movida subterránea. Junto a esos tres autores se reproduce lo que mencionaba líneas arriba: Lo válido de tener distintas versiones de un tema. Porque ninguno de nosotros pertenecemos al mismo nivel social, ni barrial –sólo con Duran tengo amistad desde esos años– Pero, cada uno, ha escrito sobre los jóvenes participes de la movida subterránea, dando su visión particular. Para beneficio de los lectores interesados.

HEREDEROS DE LA VIOLENCIA

La literatura, como todo, varía de acuerdo al tiempo. Lo que fue ayer, no es lo mismo a lo de hoy. Y, como afirmo al inicio de esta charla, también está condicionada por el contexto. Si Miguel Gutiérrez identifica a un grupo de novelas como Narrativa de la Guerra, también identifica a una parte de la narrativa de los años noventa como Narrativa del Olvido, pues en ese periodo surgieron publicaciones que buscaban temas y formas de narrar alejadas de la tradición realista de la literatura peruana: Dice Gutiérrez: “Hubo una hegemonía mediática en relación a las obras no realistas (resultado de legítimas búsquedas artísticas y con algunas ficciones de indudable valor) y que, en conjunto, conformaron una cierta literatura del olvido”.

Es sintomático que esta nueva narrativa, se enmarque dentro de un nuevo contexto peruano y mundial, surgido después de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría; y la captura de Abimael Guzmán, y la posterior capitulación de Sendero Luminoso. La intelectualidad peruana, tradicionalmente cercana a las ideas progresistas de izquierda, viró hacia la otra esquina. Según Gutierrez: “Ahora, bajo la tutela del fujimorato, surgieron varias modalidades de la derecha, una juvenil y beligerante que (según el ejemplo de Vargas Llosa) es abiertamente anticomunista y antisocialista, y neoliberal en el plano económico, y otra que asume la estrategia de la neutralidad o del apoliticismo, aunque en el nivel estético se muestra belicosa, casi fundamentalista, en sus ataques al realismo”.

Pues bien, estos escritores cultivan válidamente temáticas que están alejadas de lo que sucedió en los años del terror y de la realidad inmediata. No ven la necesidad de reflejarla en sus obras, y apuestan por una temática intimista e individual. Lo cual, pienso yo, también es producto, reflejo o consecuencia de lo que había sucedido años atrás. Me reafirmo, entonces, en que somos, de alguna forma, lo que el contexto histórico de nuestro tiempo nos ha determinado.

Sin embargo, hubieron escritores que comenzaron a hacer búsquedas estilísticas que iban más allá de las formas tradicionales del realismo. La novela negra, el simbolismo, la sátira, o lo fantástico, pasaron a enriquecer la tradición realista y crearon novelas y cuentos de calidad. Gutiérrez nos dice: “Una de las mejores cosas que le ha ocurrido a la narrativa peruana en las dos últimas décadas es mostrar que el orden realista y el orden fantástico no son territorios necesariamente excluyentes, de ahí que los narradores de las últimas promociones transitan sin dificultad ni complejos de culpa de un territorio a otro”.

Es que la realidad concreta de los últimos años, está generando situaciones que nos llaman a ficcionar, porque nos brinda una infinidad de temas nuevos. Pero el asunto no es solo que tengas el gran tema, sino también cómo lo cuentas. Recuerdo que en el 2002 llevé un taller con el reconocido cuentista Cronwell Jara. Ahí nos enseñó que en Lima, existen temas novedosos que pueden abonar nuestra imaginación para escribir. Muchos de estos temas son de alguna forma, y sin temor a equivocarme, parte del contexto de la primera década del siglo XXI. Y consecuencia de la guerra interna que se vivió en el país.

Uno de ellos es el tema de la violencia de las barras de fútbol, en la cual giran los siete cuentos de mi libro Este amor no es para cobardes.

LOS EXCLUIDOS DEL PROGRESO

Para fines de los ochenta, se comenzaron a formar en las hinchadas de los equipos más representativos del Perú, Alianza Lima y Universitario, grupos que ejercían la violencia alrededor de los estadios de Lima. En un principio fueron unos cuantos jóvenes, pero conforme pasaron los años, estas fueron creciendo hasta ser prácticamente incontrolables. Su presencia la podemos encontrar en todos los barrios de la capital, de las principales ciudades del interior y hasta en las grandes capitales del mundo.

Bien, estos grupos que se denominan barras bravas, han provocado hechos de violencia en la que ha habido muchos muertos y heridos. Tanto de los miembros de ambas barras como de personas inocentes que tuvieron la mala suerte de cruzarse con ellos. La sociedad y los medios de prensa se han preguntado el porqué de esta violencia “sin sentido”, y han tratado de brindar explicaciones sobre estos “dementes y vándalos”. El resultado ha sido mucho más confusión y desconocimiento de las causas de este fenómeno social. Salvo algunos recientes estudios sociológicos y antropológicos. Donde se explica que son consecuencia de muchos factores, y no simplemente la causa de hechos violentos.

A diferencia del rock subterráneo, que fue un movimiento que estaba en contra del sistema, que cuestionaba lo establecido, y que teatralizaban la violencia para hacer sentir su descontento; las barras bravas usan directamente la violencia para llamar la atención de la sociedad y decir “miren, acá estamos, atiéndanos, nosotros también existimos”. Porque dentro de todo, esa parafernalia de cánticos, banderas y violencia, hay toda una búsqueda de una identidad, de un espacio, donde poder decir: “Este soy yo y nosotros”. Es decir de ser aceptados dentro de un sistema excluyente. Son aquellos que no están dentro de las estadísticas de bienestar que el slogan oficial EL PERU AVANZA, nos quiere hacer creer. Son los excluidos del progreso. ¿Entonces, díganme si no es un buen tema para convertirlo en narrativa?

Porque las barras aglutinan a jóvenes que si bien no han crecido en los años de la violencia política, ejercen la violencia urbana, porque saben que es el único medio con la cual sobresalir en una ciudad hostil, y en un sistema donde se impone el más fuerte con todo y contra todos. Alberto Fujimori dio el máximo ejemplo al zurrarse en la Constitución, cerrar el Congreso y gobernar según su antojo. El mensaje obvio fue: La fuerza es lo único que manda para imponerte sobre los demás. Además con un país casi destruido la juventud postguerra interna encontró en el equipo de fútbol la religión en la cual creer, y en la barra la patria por la cual luchar.

Yo soy parte de una de estas barras. Soy hincha de Alianza Lima y he podido observar de cerca los dramas humanos, que ahí se presentan. He podido ver cómo en las relaciones humanas se reproducen las taras que arrastramos como país desde inicios de la República, que parecen ser parte oficial de nuestra peruanidad: El racismo, la discriminación, las injusticias. También la forma peculiar de hablar de los jóvenes que las integran, con un ritmo especial, con muchos giros y figuras, matizadas con neologismos y jergas. Todo eso me llamó un día a escribir. Y a pesar de lo que muchos puedan creer, Este amor no es para cobardes, no es un libro sobre el fútbol, ni tampoco es una apología del hincha. Es una representación del Perú, vista a través de estas organizaciones, en sus modos de pensar y de desenvolverse.

En conclusión Generacion cochebomba y Este amor no es para cobardes, son dos libros que se corresponden, porque, para mí, pertenecen al tema de la Guerra. Un tema que no se va a agotar y que seguirá generando literatura de todos los niveles. En una conversación con Miguel Gutiérrez, pudimos llegar a esa conclusión, teniendo como ejemplo la experiencia de la guerra civil española, que ha generado muchos libros con enfoques novedosos sobre ese hecho histórico. Donde hasta el humor y lo fantástico reflejan muy bien esa tragedia.

Para finalizar, creo que lo que he escrito, y lo que llegue a escribir en el futuro, dentro del realismo o no, siempre va a estar ligado a lo que sucedió en mi país, sobre todo desde los años ochenta. Porque fue en ese periodo que se agudizó mi sensibilidad; y, porque yo mismo soy un producto de ese proceso social. Parafraseando el manifiesto de Hora Zero, titulado Palabras Urgentes, puedo decir que a mí y a otros escritores de mi generación, nos han entregado una catástrofe para narrar.

Muchas gracias.


Escritores peruanos Miriam R. Kruguer, Martín Roldán Ruiz y Teresa Ruiz Rosas

Yo pe!!!
La mesa en la charla de escritores peruanos

Hablando



Primer párrafo de mi novela

Los libros que llevé para el Salón del Libro

Mi hermana Silvia que cayó por Luxemburgo para la conferencia.

Frente al stand del Instituto Peruano - Luxemburgues

Miriam R. Kruguer, Beatriz García (La interprete al francés) y yo.

Con Noemi Salas, Teresa Ruiz Rosas y Miriam R. Kruguer.

Noemí Salas, Pius Alibek (Escritor Iraki - catalán) Miriam R. Kruguer y Sokhna Benga (Escritora del Senegal)