domingo, 27 de abril de 2008

UN VIEJO LIBRERO

Antes de entrar a la primaria, estando aún en el Jardín de la infancia, me propuse demostrarle a mi vieja que ya sabía leer. Lo hice leyéndole una de esas tiras que sacaba el diario Última Hora, titulada Chabuca. Es el recuerdo más lejano que tengo de mi afición por la lectura, que se dio, creo yo, como algo natural.

Mi afición por los libros, en cambio, fue un proceso que se inició con esa famosa enciclopedia Temática en cuyos tomos sobre los dinosaurios, los planetas y sobre todo la Segunda Guerra Mundial, se despertó mi curiosidad y el placer de leer. Posteriormente llegaron los libros sobre ovnis, comics como Condorito, la revista de fútbol Ovación, cuentos de Terror, revistas rockeras como Averock y Esquina. Paralelamente llegaron libros de literatura peruana y universal.

Debo incluir, también, las cachondas revistas que leíamos a escondidas como La Cotorra Jodona y Cosquilla, que entre risa y risa nos empujaba a las ahora pudorosas revistas Zeta, donde aprendimos a reconocer el gusto muy peruano por lo voluptuoso. No puedo dejar de mencionar, también, a las SPH (Solo Para Hombres) o TKCH (obvio) que si tenían algo para leer, nos interesaba solamente en la medida que nos explicará las malabaristas poses sexuales que copaban sus páginas. Recuerdo que en el colegio las alquilaban con el marketero e infalible slogan de: “A cincuenta centavos te rompes el ojo”.

Pero muy aparte de todo esto, tengo un recuerdo muy cercano por una persona que influenció mucho en un tema que me apasiona y que forjó mi inclusión a los libros de historia.

La avenida Venezuela de Breña, en los años ochenta, era una calle copada por puestos donde vendían ropa y toda clase de chucherías. En las noches los faroles de kerosene iluminaban las calles de mi infancia, en una perpetua feria. Siempre hasta las ocho de la noche, hora en que los ambulantes se retiraban dejando unas veredas vacías y tristes, como una tarde de viernes santo. En medio de esos puestos un señor vendía libros y enciclopedias de todo tipo y temas.

Resaltaba con su pequeño puesto, en medio de casacas y pantalones, no solamente por vender libros, sino también por su aspecto sobrio y elegante, de personaje de novela existencialista. Siempre de terno oscuro, con chalequito, camisa blanca y corbata bien anudada. Recuerdo sus zapatones, de modelo antiguo, muy viejos, pero siempre bien lustrados y brillantes. Invierno o verano, su indumentaria era la misma.

Si alguien se acercaba a indagar por algún libro, le exponía el contenido con bastante autoridad. Y más si se traba de la Segunda Guerra Mundial. Ayudado por unas cartulinas, donde él mismo dibujaba a los personajes o los hechos históricos, daba cuenta de los temas que encontrarías en tal o cual libro. El ascenso al poder de Hitler, el problema de los Sudetes checoslovacos, el Anschluss con Austria, el ataque a Polonia, Dunkerke, la caída de París, el plan Barba roja contra la URSS, el exterminio judío, La batalla de Inglaterra, Stalingrado, la toma de Sebastopol, Pearl Harbour, El Día D, la caída de Berlín, las bombas sobre Hiroshima y Nakasaki. Tantos que ya no me acuerdo.

Las cartulinas dibujadas al carboncillo, te mostraban parte de esa historia que me apasiona hasta ahora: Hitler con Chamberlain firmando el pacto que entregaba los Sudetes a Alemania, el Acorazado Hindemburg rodeado y hundido por buques ingleses, el perfil de la fabrica Krasny Octiabr (Octubre rojo) de Stalingrado reducida a fierros retorcidos donde resistieron los rusos, los cadáveres de soldados americanos en las playas de Normandía, un soldado soviético izando la bandera roja sobre el Parlamento de Berlín. Aún recuerdo esos dibujos y me imaginó la pasión con que ese librero las elaboró.

Más aún, esa voz tan tranquila que en pocas palabras te transportaba a los hechos que te narraba, como si estuvieras dentro de un tanque T-34, como si fueras un francotirador SS, como si fueras el soldado de la división Gross Deutschhland marchando por París, o como el soviético que ha tomado por enésima vez la cumbre del Mamayev, o el judío próximo a entrar a las cámaras de gas. Yo volaba en mi imaginación, tanto así que lo creí siempre un sobreviviente de campo de concentración. Su talante esmirriado, su cabello corto y lacio, siempre peinado con raya al costado, lo hacían similar al judío que había dibujado en una de sus cartulinas, cuando trataba el capitulo de la Solución final. Quizá era él, siempre me lo pregunte.

De los libros que casi obligué a mi viejo a comprar, obtuve la base que cimentó mi pasión por ese acontecimiento y por la historia en general. Con los años mis inquietudes e intereses fueron ampliándose y pude ver unas cuantas veces más a ese librero, exponiendo sus cartulinas a nuevos y posibles apasionados por la SGM. También, caminando por las calles de Breña, siempre con su terno oscuro, un maletín en la mano, la cabeza gacha como cargando una culpa, y su andar casi chaplinesco. Siempre con los zapatones viejos pero bien lustrados, marca impecable de su distinción. Con el tiempo desapareció con su puesto de la avenida Venezuela... Hasta hace unos días que lo volví a ver.

Habrán pasado quince, veinte años, no lo sé. Lo vi en la esquina de la avenida Venezuela con Fauccet. Como ya no vivo en Breña me dirigía al paradero para tomar la combi que me llevara a mi nuevo barrio. Entonces fue que apareció como un fantasma de los años de mi infancia. La primera impresión fue verlo igual a mis recuerdos: El terno era marrón, la camisa blanca, la corbata bien anudada, el mismo corte de cabello y la misma raya al costado. También llevaba el mismo maletín. Conforme iba acercándome a él, no podía salir de mi asombro, pero ya más cerca pude comprobar que el terno estaba gastado, no llevaba el chalequito, la camisa estaba algo raída en el cuello, y la corbata estaba descolorida. Muchas canas marcaban la raya del peinado. Andaba como buscando algo que había perdido entre la gente, mirando a cada uno que pasaba por su lado.

Al verme, y cuando yo intentaba un saludo, me paralizó con una petición: “Jovencito no tendrá un sol para que me regale, he perdido el único que tenía y tengo que irme hasta la avenida Perú”. Sin salir del asombro, metí la mano al bolsillo y saqué algunas monedas. Se las puse en la mano extendida, él tomó una de un sol y me devolvió las otras mientras me decía: “Muchas gracias, que Dios lo bendiga”. Se dio media vuelta y se fue por la avenida Venezuela, en dirección a Breña.
Antes que se perdiera entre las sombras, pude notar que sus zapatos eran los mismos, pero no estaban lustrados como antes, estaban llenos de tierra, de tanto caminar hacia ninguna parte.

Foto: David G. kelly

viernes, 11 de abril de 2008

HOMENAJE A BUKOWSKI

Hoy se presenta en la Librería Antigona de Zaragoza España, el libro homenaje al viejo indecente titulada Hank Over/ Resaca. Los responsables son los escritores Patxi Irurzun y Vicente Muñoz Álvarez.

Hank over / Resaca. Un homenaje a Charles Bukowski, es un libro en el que se reúnen relatos y poemas de 37 de los autores más en forma de la literatura española actual: desde miembros de la llamada Generación Nocilla, el fenómeno literario del momento, como Agustín Fernández Mallo, a rockeros como Kutxi Romero, del grupo Marea, pasando por representantes de las diferentes gamas del realismo (Vicente Muñoz, Manuel Vilas, Patxi Irurzun) o poetas de la llamada poesía de No ficción, como David González o Eva Vaz, y diferentes y polémicos francotiradores (Hernán Migoya, Miquel Silvestre...) Este libro, editado por el veterano Constantino Bértolo en Caballo de Troya, sello del Grupo Mondadori, y con portada del dibujante Miguel Ángel Martín, toda una institución del comic en España e Italia, es un homenaje a un autor como Bukowski que ha influido en toda una generación de autores, y del que estos dan su visión, de un modo nada reverencial. Y es sobre todo el mejor escaparate de lo que se está cociendo actualmente en los fogones de la literatura española, y de donde saldrán algunos de los autores que darán, que ya están dando que hablar en los próximos años.

El libro, antes de ser publicado ya ha despertado interés, ha sido reseñado en suplementos culturales como Babelia (El País)o Calle 20 (20 minutos, el diario gratuito de mayor tirada en España). Además, su blog http://hankover.blogspot.com, recibe miles de visitas, y de colaboraciones de otros autores que han quedado fuera de la antología.

Será editado y distribuido en España y en algunas librerías de países como Perú, Argentina, México o Colombia.

Es todo un acontecimiento, tanto para los seguidores de Bukowski, como para una generación de escritores emergentes, que han encontrado en la antología la excusa perfecta para reivindicar sus obras.


Resaca/Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski. Selección y prólogos: Patxi Irurzun & Vicente Muñoz Álvarez. Caballo de Troya, 2008. Pronto en todas las librerías de Lima.

martes, 8 de abril de 2008

ESKORBUTO: HISTORIA TRISTE

Hace uno años me lo trajo un amigo desde el otro lado del Atlantico, en dos días lo acabé. Era el libro Historia triste de Diego Cerdán, la biografía de la banda más honesta que ha pisado la tierra: Eskorbuto. Para los que escuchamos rock subte, fue el grupo que nos cambió la vida. Por muchos años ignoramos muchas cosas de ellos. Desde 1986 en que escuché por primera vez el Lp Eskizofrenia hasta el 2004 en que leí este libro, recién me enteré de ciertos aspectos de su acelerada y más macabra de sus vidas. Pude comprobar que no me equivoqué cuando lo hice el grupo de mi adolescencia, y que sus canciones son himnos para mí y para muchos de mi generación. Rescato una reseña hecha por mi causita Patxi Irurzun de su blog: http://hankover.blogspot.com/

(la foto es de Juantxo Rodríguez, asesinado en Panamá por el ejército de los Estados Unidos)

Algún día, si todavía queda algo de honradez, alguien rodará una película que cuente aquella historia triste pero rabiosa que fue Eskorbuto. Una historia a pecho descubierto, en la que se transparente un corazón con dos caras, por una lado sus venas remendadas a picotazos mortales, por otra ese mismo corazón musculado en la rebeldía, la sinceridad brutal, y el valor algo suicida de aquellos que prefirieron morir a vivir cobardemente.

Alguien rodará esa película si todavía queda algo de honradez y también de memoria, esa memoria que se pierde entre las páginas de los libros de historia y que sin embargo es la verdadera Historia, la que vivieron los hombres y mujeres anónimos, la de los bares, las fábricas, los bloques de viviendas... La de, en este caso, las calles, las casas ocupadas, las furgonetas de la policía y los siniestros calabozos -algunas cosas nunca cambian-... La historia de una generación perdida, desaparecida, borrada de esa Historia con mayúsculas durante los salvajes y felices años ochenta por aquel holocausto con minúsculas que fue la heroína y el bicho, el SIDA, y también una vida que se quedaba pequeña, aburrida, fea y abocaba por ello inevitablemente a la muerte. Una generación que merece justicia histórica y que, aunque descreída, escéptica, recelosa de etiquetas, idolatrías y cualquier otra palabra que atentara contra la libertad individual, que la diluyera entre una multitud aborregada(las multitudes son un estorbo), tuvo también sus mártires, como Iosu y Jualma, los dos miembros de Eskorbuto muertos en aquel combate contra la rutina y contra aquella emergente democracia de mentirijillas en la que seguía habiendo mucha policía y poca diversión. Una película en tonos grises, oscurecidos por el humo de fábricas que cerraban de un día para otro en la margen izquierda del Nervión, y por la que deambulen de las filas del INEM a los primeros gaztetxes , de las comisarías a las bajeras, jóvenes con pelos largos y caras enfermas que se cagaban en dios, en la patria -daba igual como se llamara- y en un rey por cuya calavera estaban dispuestos a cortarse los testículos.

Entretanto, mientras llega la película, Eskorbuto, al menos ya tiene un libro, una biografía que recoge en buena parte lo que fue la Historia Triste de aquella banda que se hacía llamar la más honrada del mundo. Historia Triste, además de un testimonio histórico de la vida salvaje en los años 80, es una biblia atea para los eskorbutines, los fieles seguidores del grupo, aquellos que en aquella época se convertían en escudos humanos para los hostias que le llovían al mismo desde todos los lados ("En España nos llaman terroristas; en Euskadi nazis", solían decir, pues además de sus enemigos naturales -los militares, los partidos...- se enfrentaron también con lo que ellos consideraban un montaje comercial y político, el Rock Radikal Vasco, arremetieron contra las Gestoras Pro-Amnistía al sentirse desprotegidos tras una detención en Madrid, pasaje del que se da cuenta repetidamente en el libro...), y que pasados los años ven -estos eskorbutines- como muchos de los que en vida odiaban a Iosu y Jualma citan ahora sus frases, aquellas frases que eran puras sentencias.

"Historia triste" reúne una completa biografía del grupo (incluidos algunos memorias del propio Iosu Expósito), todas sus letras, recuerdos de personas que estuvieron próximas a ellos -Fermín Muguruza, Roberto Mosso...-, fotos inéditas, artículos periodísticos... Curiosamente parece que hablar de Eskorbuto forzaba a escribir muy bien (Pablo Cabeza, Josu Arteaga, Oscar Beorlegi), con una profundidad inusitada. Tal vez porque Eskorbuto no era sino una versión encuerada a ritmo punk-rock de la filosofía, las dudas que a lo largo de los siglos han asolado al ser humano: dios, la enfermedad, el sueño, la muerte...

Libro: Ediciones Marcianas, Madrid 2001. apdo 156.228 28080 Madrid diegocerdan@terra.es
Patxi Irurzun

lunes, 7 de abril de 2008

TODOS SOMOS RACISTAS

De alguna u otra forma, directa o indirectamente somos racistas... ¡Y no digan que no! A pesar de que no me fijo en el color a la hora de interactuar con las personas, lo he sido varias veces. Pero no ha sido por las santas huevas, sino única y exclusivamente con quien se manifestaba racista conmigo o con alguien cercano a mí, llámese familiar, amigo o anónimo transeúnte.

Para que exista el racismo tiene que haber una dualidad de acomplejados. Uno que se cree más y otro que se cree menos. En la negación del otro está la identidad del primero. Y en la sumisión del segundo, la afirmación. Alfredo Vanini, en el último suplemento Domingo de La República pone el ejemplo.

“Tenía un compañero del colegio primario, hijo de huancaínos, extremadamente grande y fuerte en comparación a todo el resto de alumnos. En las peleas, este muchacho podía pulverizar fácilmente a cualquiera que lo retara a los puños, pero lo he visto desmoronarse, casi literalmente, cuando su ocasional adversario pronunciaba ‘serrano de mierda’. Como si la sola frase lanzara sobre él flechas invisibles que lo debilitaban, como si él reconociese en esa frase (sin duda muchas veces escuchada) la condición de una inferioridad a priori”.

¿Alguno de ustedes se siente inferior de ser como es como el niño arriba mencionado?... ¿Sí?... ¿No?... Primeramente partamos o reconozcamos lo que somos o cómo somos físicamente. Yo empiezo: Tengo el cabello trinchudo, de color negro con canas y los ojos marrones claros; los pelos de la barba hasta los 25 años fueron rojizos de allí se volvieron blancos, mi faz es clara u oscura según la estación, pero el resto de piel a la que no le da el Sol es tan blanca que me avergüenza mostrarlas si es que antes no las he expuesto a los rayos solares. Según lo que me dice el espejo soy un mestizo claro o algo así… ¡Qué sé yo!

Si fuera un acomplejado buscaría en mi chasis, el más mínimo rasgo de blancura, el cual sería un escalón arriba para sentirme por encima de los demás. Y, si también lo fuera del otro modo, me sentiría dos o tres escalones menos por mis pelos y mi cara de cholo. Afortunadamente no me acomplejo en ninguna de las dos formas.

Cuando era niño en mi barrio de Breña escuché a unas niñas cholear a alguien. Más tarde y muy desconcertado le pregunté a mi viejo qué era ser cholo. No recuerdo todo el discurso, pero recuerdo lo esencial. "En el Perú, todos somos cholos, así que esas niñas no son diferentes al niño que cholean". Días después, las mismas niñas reincidieron en su despectiva actitud y les endosé en la cara que en el Perú todos somos cholos. La de mayor edad me preguntó casi con curiosidad: ¿Y tú te consideras cholo? Mi respuesta fue sí. Hasta ahora recuerdo la cara que puso. Más que cholo creo que me consideró un marciano. Para esos años, mediados de los setenta, nadie en su sano juicio afirmaba tan alegremente ser un cholo, salvo Luís Abanto Morales.

El no ser ni blanco ni cholo, amarillo o negro, o tener de todo un poco, me ha causado una serie de situaciones que me llevan a reafirmar que todos somos racistas, de alguna u otra forma, y en determinados momentos de nuestras vidas. Y que los complejos son la base del problema. Por ejemplo, el frecuentar barrios marginales y alejados de la ciudad, donde por mi forma de vestir y por ser algo más claro, fui considerado un blancón, un pitucón, digno de ser despedido a patadas de su territorio. Algunos de buena manera se referían a mí como el colorao. Asumo que esto último será un intermedio entre el blanco y el cholo. ¡Beto a saber!

En algunos de esos barrios he sentido en one la marcada que te meten algunos, como diciéndote: Tú acá no te la vas a dar de pendejo por no ser como nosotros. Nunca he pensado en pasármela de pendejo por ser más claro que alguien; pero, al parecer, otros si lo asumen como una posibilidad y se ponen en guardia ¿Complejo de inferioridad? En 1990 un chinito con cara de bodeguero se pasó de pendejo y nos hizo cholitos a todos, pero nadie sospechó de él por sus ojitos.

Gratuitamente, también, he padecido el despectivo adjetivo de blanquito o pituquito, que creo viene a ser lo mismo, aunque el diminutivo los hace sinónimos de cobarde o maricón. Lo curioso es que el asolapado insulto, no era exclusivo de gente que se puede considerar cobrisa, por no decir cholos, sino también de uno que otro que tenía la epidermis más alba que la mía. Quizá su sentido de pertenencia a un lugar de cholos, los hacía daltónicos a la hora de verme frente a ellos.

Pero también, en este continuo andar que es la vida, he frecuentado zonas de blancos, donde la misma mirada de marcación se repite, pero ya desde el otro lado y matiz. ¿Y este cholo qué hace acá? E, igual que cuando piensan que me la quiero pasar de pendejo por mi color, no estoy pensando en lo cholo que soy, cuando voy a un lugar de blancos o blanquitos. Y, cosa curiosa, al igual que en las otras zonas, hay sus cholos que se sienten blancos y te ven como distinto, basta escucharlos nada más... ¿El sentido de pertenencia o el acomplejamiento?

A mí, realmente, no me jode que me consideren cholo, blanco, zambo, cobriso, sacalagua, chichosam, colorao, andavete o notentiendo. No pierdo el tiempo en huevadas, porque ni yo mismo puedo definirme dentro de esas seudo categorías. Pero, tampoco voy a sentirme menos porque un cholo me dice blanquito o pituquito, ni tampoco cuando un blanquito o pituquito me insulta de cholo. Más, aún si en ambos casos el adjetivo viene con el agregado de De Mierda. Ahí sí que se me sale lo indio que tengo en mi sangre y reviento con todo. En ninguno de los dos casos me bajo como el ex condiscípulo de Alfredo Vanini, porque no me siento menos que nadie, por mi condición, color o procedencia. Nunca me he fijado en las personas por eso. Pero si alguien me insulta de cholo de mierda o blanquito de mierda, o de lo que sea, pues yo también respondo con un cholo de mierda, blanquito de mierda, negro de mierda o chino de mierda, a según.

Y pongo el ejemplo. En el año 2004 viajé con la barra de Alianza Lima a Quito Ecuador, para el partido contra LDU. Éramos treinta punteros, como decimos nosotros, de todos los pelos y colores. Pues bien nos dieron entradas para la segunda bandeja de la popular sur, precisamente donde se coloca su barra brava llamada La Muerte Blanca. Cuando ingresamos, los barristas de LDU se nos vinieron encima, pero supimos repelerlos. La policía, ¡Sólo cinco policías!, separaron la tribuna. Y comenzó la guerra de insultos. Cosa curiosa, unos diez Skinheads, o mejor dicho Boneheads*, eran los que lideraban ese sector. Ya se imaginaran los insultos: Cholos de mierda, peruanos de mierda, indios de mierda, váyanse a sus polladas, hijos de la señorita Laura (Sí, por la bruja ésa, que será tema para otro post) Ninguno de nosotros no sentimos menos por los insultos, más bien, nos sentimos orgullosamente cholos, orgullosamente indios.
De esos diez pelados “neonazis” sólo cuatro eran blancos, el resto eran igual de piel que nosotros. Incluso había uno con cara de perro que era medio zambo, al que se la tenía jurada porque era el más racista de todos. Para buena suerte de nosotros y mala de ellos, quisieron meterse por unos de los túneles hacia nuestro lado. Al puño puño corrieron y dejaron abandonados a dos. Hubiera deseado que uno sea el cara de perro, mala suerte, había sido de los primeros en correr, pero quedó uno de los blanquitos más entusiastas en decirnos cholos de mierda.

No me creo más ni menos por esto. Pero, sin llegar a sentirme un etnocacerista, no voy a negar que sentía gusto, mientras le pateaba la cabeza. Porque ese blanquito racista, iba a recordar toda su vida que este cholo, este indio de mierda le había sacado la puta de su madre.

* Boneheads: Cabezas huecas. Así llaman los Skinheads antirracistas a los neonazis para diferenciarse de ellos, ya que el movimiento skin, nació sin ningún tipo de prejuicio racial.