sábado, 30 de marzo de 2013

EL JOHN LENNON DE MI BARRIO (Cuento)


Hace unas semanas iba en la combi y sonó el tema Starting Over de John Lennon, que me hizo recordar sobre un tipo de mi barrio a quien le decíamos igual, en plan de joda. Quise postear el vídeo de la canción con una pequeña historia sobre ese personaje de cuando era mocoso, pero cuando me puse a escribir no pude detenerme y me di cuenta que ya estaba escribiendo todo un cuento. Pues bien acá les dejo lo que salió de ese recuerdo. Espero les guste. Antes les recomiendo ir escuchando la canción que inspiró este relato dando click acá Starting Over.




EL JOHN LENNON DE MI BARRIO


El verano de 1982 hubiese pasado desapercibido si no fuera porque descubrimos que Carolina, la niña que hasta hace un tiempo jugaba a la guerrita, se ponía de portero en las peloteadas o que patinaba hasta el malecón de Miraflores con nosotros, se había convertido en toda una mujer después de un prolongado viaje al norte del país. Y si antes nos latía el pecho cuando la veíamos con su carita sucia de tanto corretear como un niño más de nuestra pandilla, qué se pueden imaginar cuando la vimos mucho más alta, contorneada y con el cabello suelto brillando al sol.  Ya no sólo fue el corazón  lo que se aceleraba en cada uno de nosotros, sino también comenzamos a sentir esas cosquillas en el vientre que muchos afirman es el amor.

Pero si había cambiado físicamente, su transformación implicaba, además, el de su persona. Nunca desde su llegada se acercó  a la esquina donde jugaba con nosotros, ni siquiera se juntó con las dos amigas que también eran parte de nuestro círculo. Es más una vez desairó al Poluco, cuando la saludó en la panadería: “Disculpa, pero yo no te conozco”, le dijo sin remordimientos y se fue dándole la espalda a nuestro amigo, que en ese momento había dejado de serlo para ella. ¿El motivo? Vaya usted a saber. Desde ahí como que nos dio no sé qué tratar de retomar esa vieja amistad, y preferimos olvidar que alguna vez había compartido esa inocencia de sonreír por nada en las estrechas calles de Breña. Aunque en el fondo siguiéramos enamorados, platónicamente, de su persona.

Y así con esa primera decepción adolescente, y otros hechos igual de relevantes para nuestra edad, empezamos a convertirnos en hombres; mejor dicho, estábamos conscientes de que teníamos que crecer de una vez, ¿pero para qué? No lo sabíamos en realidad. Sólo deseábamos tener pelo en pecho, barba, fumar cigarrillos, beber cerveza. Y, sobretodo, frecuentar las putas que según los mayores hacían mil y una cosas que nosotros veíamos en las revistas porno que se conseguía el mañoso del Wachón.

Pero el cambio de Carolina como que nos asustó, y pensábamos si el crecer implicaba olvidar a los amigos o dejar de ser lo que siempre fuimos. Y como no teníamos algo o a alguien en quién fijarnos, como un modelo a seguir, fueron pasando los días soleados con esa sensación de abandono que se tiene cuando eres todavía un muchacho… Hasta que llegó a las calles de Breña un tipo que nos llamaría a la fascinación, porque tenía todas las trazas del hombre que deseábamos llegar a ser.

Tenía la pinta de los añejos jipis que aún se podían ver por las calles de Lima, un rezago de la década pasada en donde habían sido héroes. Alto, flaco, pálido con cara de atormentado pronto a llegar  a los cuarenta; jeans desteñidos al tubo, botas de cowboy, camisas gastadas o polos manga cero descoloridas por el Sol y las axilas. Obvio que no podía faltar una larga melena que ataba con un pilimili de escolar. Complementaba su cara de resaca unos lentes redondos al más puro estilo de John Lennon. Se movilizaba sobre una vieja moto por las calles donde jugábamos. Nosotros lo veíamos con admiración. ¿Algún día llegaríamos a ser como él?, nos preguntábamos encendiendo nuestros primeros cigarrillos en la esquina del barrio.

Pero a veces la moto se le malograba y el tipo tenía que caminar por mi calle con ese andar de rebelde sin causa que,  al tener un parecido a Lennon, nos provocaba cantarle el estribillo de Starting Over, con mi amigo el chato Richard. En una forma poco ortodoxa de admiración y respeto.

Apenas lo teníamos cerca, el chato arrancaba con Our life (Tururú) together (Tururú) is so precious (Tururú) together (Tururú) we have grown, we have grown... Como yo no sabía la letra, me encargaba del tururú para llenar lo cantado. Todo solapadamente para que el Lennon de mi barrio no pensara que estábamos burlándonos de él. Aunque sí se daba cuenta porque cojudo no era, sólo que nos dejaba cantar para que hiciéramos nuestra palomillada, o porque seguro le vacilaba ser comparado con John.

Pero una cosa es que te bromeen un par de veces, en plan de buena onda, y otra  que te estén jodiendo cada vez. De hecho llegaría a perturbar al más creyente seguidor de Gandhi. Y así sucedió, pues el émulo de Lennon pasó de disimuladas sonrisas,  a hacer muecas de fastidio. Y cuando ya no soportó más empezó a amenazarnos con sacarnos la mugre. Fue entonces que dejábamos el corito de Starting Over, y comenzamos a gritarle ¡John Lennon de chacra!, ¡John Lennon de chacra! Con la cara hirviendo de cólera nos contestaba: Calla mocoso conchetumadre. Y nosotros: fuera jipi reconchatumadre. Y él: cuando los atrape les voy a sacar la putasumadre. Y nosotros anda nomás peluquitas rechuchadetumadre. Y así hasta que hacía la finta de venir a atraparnos. Momento en el cual salíamos disparados, entre carcajadas, por verle la cara de asado. Y de eso, fueron demasiadas veces.

De hecho que nos había agarrado bronca, pero nunca llegó a  atraparnos lo que creo aumentaba sus ganas de desquitarse. Entonces lo comenzamos a odiar ¿Pero estaba bien lo que hacíamos? ¿Embroncarnos con el que consideramos un modelo a seguir?  Pensamos por un momento de que en vez de andar jodiéndolo deberíamos tratar de ser su amigo. En esas nos encontrábamos cuando un día escuchamos el conocido rugir de su motocicleta que entraba de la avenida Bolivia para el jirón Huaraz. Como siempre nosotros estábamos en la esquina, y volteamos casi por inercia listos para salir corriendo, porque estábamos seguros de que no iba a dejar que unos mocosos lo siguieran agarrando de huevón. Pero no. Ni siquiera nos miró, pasó con el torso desnudo por nuestro lado con la vista al frente y el semblante orgulloso de los hombres ganadores. No comprendimos su actitud, hasta que nos dimos cuenta del motivo de su orgullo. Sentada en la moto detrás de él, y aferrándose a su espalda, se encontraba Carolina.

Sí, Carolina, pero si te digo otra vez el nombre, no vas a poder imaginarte lo que era esa chica para nosotros, porque para ti únicamente sería sólo eso, un nombre. Porque  ella era mucho más que eso, era todo para mi grupo de amigos… y para mí. Entonces para no repetirlo te diré que era la flaca que más de uno hubiera deseado tener cerca, para solamente sentir lo que es la hermosura. Porque, obviamente, ya no íbamos a poder tocarla nunca más y si uno por alguna casualidad la rozaba, iba a estar prohibido de sentir otra vez la suavidad, o la ternura, para siempre. Así lo creíamos. Carolina era casi la perfección dentro de su largo cabello de cerquillo marrón, su larga figura clara y sus ojos pardos. Ojos que habían visto la vida en los últimos diecisiete años desde el balcón del engreimiento paterno. Solamente tenía un defecto, caminaba de una manera medio robótica, lo cual hizo que la rebautizáramos como la Biónica. 

No podíamos creerlo. Ella estaba ahí enlazándolo con sus brazos y recostada sobre su espalda, de seguro oliéndole los sobacos. Pero dentro de lo que pudimos observar, no le importaba. Para darnos el tiro de gracia, vestía un ligero polo de playa que translucía toda la diminuta ropa de baño… ¡Putamadre, el gramputa la había llevado a la playa en la moto!

¿Eso qué quería decir? Pues que eran pareja. ¿Pero qué hacia ese viejo de mierda con esa chibola? ¿O mejor dicho qué hacía esa chibola con ese viejo de mierda? No estábamos preparados para entender que el amor no conoce de prejuicios. Pero sí para sentir celos y la sensación de que ese reconchasumadre nos había ganado. Y nosotros pensando que gritándole ¡John Lennon de chacra, John Lennon de chacra!, estábamos fusilándolo. Y él como venganza nos lanzaba ese misil directo a nuestro orgullo mostrándola como su propiedad. Habíamos perdido.

No nos quedó más que ir viéndolo pasar bien acompañado, preguntándonos sin encontrar respuesta lo mismo de todos los días, ¿qué hacía con ese vejestorio?, quien ya ni nos tomaba en cuenta. ¡Qué iba a hacerlo si no éramos más que unos insignificantes chibolos! De la mano de la Biónica nos canceló ese verano que habría de marcar un inicio, el de saber que no siempre las cosas son como las vemos a simple vista, que en la vida también hay cosas que uno ni se las imagina.

Porque tampoco para Carolina fue muy color de rosa, o quizás sí. Uno nunca ha de saber cuáles son las expectativas de las personas. Pero al menos puede intuirlas. Y podríamos deducir por la forma cómo miraba al Lennon, cómo lo abrazaba, o cómo lo besaba, que estaba totalmente enamorada. ¿Pero y él?, vaya usted a saber.

Ya acostumbrados a verlos, no los tomábamos más en cuenta. Se habían convertido en un adorno más del paisaje urbano de esos años. Y de ellos ya  solo nos enterábamos por los chismes de las vecinas. Hasta que un día la Biónica dejó de pasar con su andar robótico por las veredas del barrio. En verdad no nos habíamos dado cuenta, solo reparamos de su ausencia cuando vimos al Lennon de la mano de una mujer más acorde con su edad, muy guapa ella, pero no tanto como la chiquilla enamorada que solía abrazar su espalda cuando iba detrás en la moto.  

¿Qué había pasado? Nunca lo supimos en esos tiempos, porque Carolina desapareció y nadie se entero del motivo de su alejamiento. Las malas conciencias, como siempre, lanzaron el clásico chisme de que le habían hecho un Juliancito y que la habían mandado lejos para que el pequeño no llegara a este mundo. El tiempo habría de esclarecer lo sucedido.

Lo que sí pensábamos, discutíamos y sopesábamos en las tardes frías del invierno posterior al verano de 1982, trataba sobre lo que se decía de nuestra antigua amiga. Si todos esos chismes eran verdad,  entonces determinamos que había crecido mucho antes que nosotros. Mientras pensábamos que debutar sexualmente era lo más importante en la vida, ella ya era una mujer con todas las responsabilidades de tener un hijo, sin padre. Odiamos mucho más al Lennon bamba, por haberla abandonado y que sin roche se paseaba de la mano de otra mujer. Realmente era un hijo de puta que si hubiéramos tenido la oportunidad de pegarle, muchos lo habríamos hecho. Y si alguna vez pensamos en ser el tipo de hombre que él era, ya no lo deseábamos más. Porque se había llevado la vida de una chica que a pesar de no ser la misma que había patinado con nosotros, aún la queríamos mucho y no solo como amiga.

Con los años ambos pasaron al olvido, hasta que sucedió algo en mi vida que me trajo a la mente al Lennon y a la Biónica, sobre todo en eso de que alguna vez había deseado ser como él… Por esas cosas que uno no piensa conocí a una chica mucho menor que yo. Sin tener las mismas edades, la diferencia de años entre los dos era más o menos la que separaba a Carolina con el beatle de la moto. De primera mano congeniamos y de interesarnos por las mismas cosas, pasamos a hablar de música, literatura, etcétera. Todo eso que una amistad conlleva, nos empujó a salir. Fuimos a comer, a tomar un vino; o, simplemente, a caminar por un parque que luego fue como un escondite para los dos… Así empezamos un romance que en honor a la verdad fue muy bonito durante su momento.

Varias veces de esas tardes de invierno en que caminábamos de la mano, pude sentir las miradas de la gente y de los chibolos que se preguntarían, al igual que yo y mis amigos del verano de 1982, ¿qué hace esa flaca con ese viejo de mierda? Es que aparte de la visible diferencia de edad, ella era guapa por donde se la mirara, con esa atractiva piel morena y ese cabello ensortijadamente salvaje cayendo más abajo de sus hombros, era imposible no voltear a mirarla. Pude comprender al Lennon de chacra cuando pasaba orgulloso de la mano de la Biónica por mi calle o enlazado por ella en su moto. Realmente me sentía envidiado. Y también pude entenderme a mí, y a mis amigos, cuando no encontrábamos respuesta al porqué Carolina se había templado de ese viejo pelucón.

Pero la cosa no habría de durar, precisamente, porque si duraba iba a matar todo lo bonito que fue en su momento. ¿Por qué? Pues porque aunque muchos digan que la edad no importa, para mí si importaba. Más que por mí, por ella. Yo buscaba una relación acorde conmigo que recién estaba saliendo de los treinta. Y ella que recién había iniciado los veinte iba a ser la gran sacrificada. ¿Cómo podía robarme sus años? ¿Cómo podía quitarle todo lo que tenía que vivir, yo que estaba aterrizando y ella empezando a volar? Aunque no era lo mismo, no iba a ser tan mierda de detenerle la vida, como el Lennon había hecho con la Biónica. Sí, me acordaba de la bronca que le tuvimos, cuando hablábamos de Carolina y todo lo que iba a dejar de hacer, por culpa de un cobarde que se había aprovechado de ella. Definitivamente una de las cosas que habíamos aprendido de ese verano de 1982, fue que no íbamos a ser ese tipo de hombre, no como el beatle de chacra.

Por eso antes de que las cosas llegaran a más, decidí que debían terminar de una vez. Para que cuando ella ya tuviera un camino por recorrer, yo quedara en calidad de bonito recuerdo en su corazón. Y así, aunque reconozco que no fue de la mejor forma, me fui alejando hasta que ella retomó su vida sin mí, y yo volví a mi habitual soledad. No sé mucho de su vida, creo que cómo se dio la separación terminó odiándome. Lo único que supe es que ahora está con alguien que le alegra los días, mucho más de lo que yo hice en su momento.

Y aunque a veces la recuerdo con nostalgia, me quedó esa sensación de haber hecho  lo correcto y no lo que había hecho el jipilón que alguna vez queríamos ser. Hasta que un día sin pensarlo me encontré con el mismísimo John Lennon de mi adolescencia.

Fue en un bar de Miraflores donde entré para ver un partido de  Alianza por Copa Libertadores. Estaba solo porque pensaba llegar a casa, pero una urgencia me hizo salir del trabajo casi empezando. No me quedó otra que entrar al primer bar con televisión, y ahí estaba en una mesa solitaria. Verlo celebrar los tres goles fue como una conmoción, porque no sabía que era hincha del mismo equipo que yo; sino también porque después de verlo un tiempo con su nueva pareja desapareció del barrio y no volvimos a saber más de él. Al terminar el partido, no pude evitar acercarme e invitarle una cerveza. Muy sorprendido me miró como preguntándome a qué se debía esa consideración. Quizás no me recuerde, le dije, pero yo de chibolo le gritaba por las calles de Breña, John Lennon de chacra, con mis amigos. Hizo un gesto de ¡Tanto tiempo de eso! Y me respondió sonriendo que ya había olvidado a esos chibolos de mierda, pero que no les guardaba cólera.

De hecho que era una oportunidad de conversar con él, y saber todo lo que se había hablado sobre el asunto de la Biónica, así que sin manifestarle mis intenciones le dije salud y me senté en su mesa.

Pude notar que se vestía casi igual a cuando lo conocí. Usaba un jean desteñido sobre una camisa clara que llevaba suelta y un sacó oscuro. Calzaba botas, pero sin tacones altos. Eso sí llevaba los lentes redondos a lo John Lennon, y el cabello largo amarrado, esta vez lleno de canas. En verdad se parecía más a Ozzy Osborne, con el semblante de cansancio y aburrimiento. Cuando le pregunté si era hincha de Alianza, me dijo que le gustaba el fútbol, pero no simpatizaba por ningún club.

Entonces comenzamos a recordar ese verano de 1982. Me contó cómo había llegado a Breña desde Lince donde había crecido, cómo pasó de ser un estudiante aplicado a ser un trotamundos metido a la marihuana y el rocanrol, que viajaba en moto a todos lados y que tuvo  un sinfín de romances, que le habían llenado la vida unos más que otros. Pero que en suma había sido feliz viviendo a su modo sin hacerle daño a nadie.

En ese momento sentí como una cólera, pero no iba a hacer nada malo, porque a pesar de estar bien conservado el que había sido el ejemplo de hombre, era casi un anciano. Para no irnos más por las ramas fijé mi mirada en la suya  y le pregunté por lo único que realmente me importaba: ¿Y Carolina? El viejo tomó la pregunta de manera calmada, pero en el fondo sentía que le había llegado de sorpresa, no me despegó los ojos y dijo:

        – Carolina fue muy importante en mi vida, pero…
        – Pero le arruinaste la vida –le dije sin mucha bronca.
       – ¿Qué te han contado sobre eso, muchacho?
        – Lo que todo el mundo sabe en el barrio.
      – ¿Seguro que la embaracé, la abandoné o la hice abortar?
        – Eso y otras cosas…
        Algo pude escuchar, sabiendo que yo era un greñudo que manejaba una vieja moto, fumaba yerba y andaba con total libertad…
        – Ser un pendejo no tiene nada que ver con la libertad…
        – Mira, muchacho, nada fue como te lo han contado…
        – ¿Entonces cómo fue?
        – ¿Qué tanto te interesa saber?
        – Me interesa porque Carolina creció con nosotros, jugaba con nosotros, hasta que se fue y regreso y…
        – ¿Y aparecí yo?
        – Sí, apareció y aunque ya no era la misma teníamos la esperanza de que vuelva con nosotros…

Por un momento creí ver en su rostro ese pasado que pensaba habíamos olvidado, pero no, porque aún nos unía, como si todo lo que habíamos vivido ese verano se tenía que dilucidar en esa mesa frente a dos vasos de cerveza.
        
–    – Carolina era una chiquilla con ganas de vivir –dijo sereno–, tenía muchos sueños y entre esos sueños estaba yo…
        – ¿De qué forma?
        – No lo recuerdo muy bien, sólo que yo no podía ayudarla a cumplir esos sueños…
        – Era casi una niña y tú ya eras viejo…
        – Por eso mismo, ella deseaba hacer muchas cosas que yo no deseaba hacerlo con ella, porque yo era mucho mayor.

En ese momento sentí que las cosas iban por un camino que yo había recorrido, como si estuviera volviendo a ver una vieja película de esos años.
        
–    – No me digas que la dejaste ir…
        – Sí, ella tenía que hacer su vida y cumplir sus sueños. Donde yo no encajaba y que era mejor dejar ese romance ahí mismo.
        – ¿Y qué te dijo?
        – Realmente no dijo mucho, solamente buscó formas para poder seguir juntos sin que ella se estancara, pero todo apuntaba a que iba a sacrificarse por mí.
        – ¿Por ti?
        – Sí, porque lo que yo buscaba era dejar esa vida de aventura que había tenido desde chiquillo, por algo estable, algo que implicaba estar detenido en un lugar que llegue a ser todos mis lugares…
        – Y Carolina, no podía estar en ese lugar…
        – No, eso iba a ser injusto…

Sin pedirlo estaba escuchando mi historia, esa misma que me había hecho sentir como él, y que precisamente por no parecer como él, me había hecho actuar… ¡De la forma como había actuado él! Como no era ningún tonto, el viejo se había dado cuenta de mi desconcierto. Me observaba en silencio mientras yo ordenaba mis recuerdos. De pronto me preguntó si recordaba la canción que le cantábamos con el chato Richard.  Sí, le dije, Starting Over. “A mí me gustaba porque siempre quise ser como Lennon, pero ya ustedes abusaban, pero a lo que voy ¿Sabes qué decía la letra del coro?”. Ni siquiera me sabía la letra le respondí. Primero cantó muy bien y en buen inglés esa parte que llegó a ser el instrumento de nuestras burlas. Luego, como leyendo un poema, lo tradujo: “Nuestra vida juntos es tan preciosa, hemos crecido, hemos crecido y a pesar de ello nuestro amor es tan especial. Vamos a tomar nuestra oportunidad y volar lejos hacia algún solitario lugar”.

No le encontré algo significativo a la letra a pesar de que el rostro del viejo esperaba una respuesta de mi parte. ¿No te dice nada?, me preguntó. Bueno, dije sin mucha convicción, habla de una pareja que al parecer ha madurado con el tiempo y su amor sigue siendo especial y que toman la decisión de ir a otro lugar los dos. El viejo hizo un gesto de ahora creo que entiendes, bebió su ultimo vaso de cerveza, se levantó con una gran sonrisa y me dijo: “Años después me reencontré con Carolina, y ahora es mi esposa…le llevaré tus saludos”. Luego se fue dejándome totalmente consternado y sintiéndome como un reverendo idiota.

Al rato cuando caminaba hacia mi casa por las calles iluminadas de Miraflores, me cruzó una pareja de niños en patines. Recordé a Carolina cuando iba con nosotros hasta allá, su gran sonrisa, su cabello lacio agitado por la velocidad. Y sentí que nada sucede de la nada; que si algo o alguien se cruzan en tu camino influyen en lo que vas a ser mañana. En ese sentido el verano de 1982 sí nos había enseñado algo, que había establecido ciertas pautas para ser lo que somos, y que de alguna forma habíamos llegado a ser como el John Lennon de mi barrio en Breña.

domingo, 24 de marzo de 2013

LO QUE ME JODE DE SER BARRISTA. (En la revista SOHO)


El último número de la revista SOHO consigna un testimonio de lo que me jode de mi pasión por Alianza Lima. Agradecer a Ricardo Hinojosa por la convocatoria y a Carmen Díaz por las fotos.

Mi pasión por Alianza Lima viene desde muy niño cuando mi padre me llevó a la inauguración del estadio de Matute, habría de continuar con los amigos de mi barrio en Breña y se consolidaría cuando me integré  a la barra. Es que yo no podía escuchar los partidos por radio, verlos frente a un televisor o mucho menos ir a la cancha y quedarme sentado. Era tanta la angustia que no podía estar quieto. Ese apasionamiento que me hacía estar de pie, cantando y saltando, encontró un buen lugar para desbordarse dentro del mismísimo Comando Sur. Entonces, al comprometerme y pasar de ser un hincha cualquiera a ser un hincha militante tuve que asumir las consecuencias de pertenecer a un grupo heterogéneo de personas muy cuestionadas y prejuiciadas.

En ese sentido lo que odio de ser barrista viene más que en serlo, en lo que conlleva. Porque odio que piensen que soy un violento que ando peleándome con todo hincha de la U que se me cruce; que voy a la tribuna a emborracharme y a drogarme; que soy de los que roban adentro y afuera del estadio o que ando por la calle haciendo toda clase de perjuicio contra gente inocente.

Odio que la policía me revise como si fuera un delincuente en las tribunas populares donde van los barristas; que a mis amigas les confisquen los ganchos de pelo y los piercings, y a mí y a mis amigos los cigarrillos y el cinturón. O que la policía meta palo cuando saltamos abrazados por la emoción de celebrar un gol.  También que se prohíban las banderas, el papel picado los bombos y las trompetas. Nuestro futbol está muy venido a menos, y quieren quitarle lo único que le da ambiente de fiesta a los estadios. Entiendo que dentro de una barra existen personas cuestionables, pero me jode eso de estigmatizar a todos por unos cuantos. Un delincuente lo es así pertenezca a una barra o a los boy scouts. No entienden que las banderas no matan, y que si quieren estadios como en Inglaterra, pues empiecen por brindar una educación como en Inglaterra.

En fin, esos agregados son los que me joden. Pero dicen que para disfrutar el silencio hay que conocer también el ruido o para conocer la felicidad hay que haber padecido el sufrimiento. En ese sentido eso que odio de ser barrista me hace sentir la pasión por Alianza con mucha mayor intensidad.

Martín Roldán Ruiz








Fotos: Carmen Díaz