martes, 20 de marzo de 2012

RECORDANDO A MARCELO CAMPOS (Manotas)


Aún recuerdo las veces que te veía tocar en los micros, ante mi estupor y de la gente que no podía entender que sin manos dominabas las antaras, ¡como si las necesitaras para que el viento fluya por ella! Como la sangre andina que llevabas con orgullo y conocimiento de causa, mi hermano.

Yo aún no te conocía, y aunque no te vi tocar con PUKA KUNTUR, ya te había escuchado llevando tu momento de cultura musical, como así llamabas a tu cachuelo, para completar lo que  en tu día a día, podrías necesitar. Como, por ejemplo, ir al estadio de Matute para alentar a tu Alianza Lima de toda la vida. El segundo lugar,  donde te vi cantando en medio de tanta carasudada, hinchando las venas del cuello, igual a cuando interpretabas el Cóndor Pasa, Cariñito  o La Flor de Retama.

Porque ahí, en el estadio fue donde nos hicimos amigos, y fui conociendo tu don de gente, tu calidad humana, y tu ejemplo de vida. Porque a pesar de tu carencia de brazos, nada podía limitarte y hacías tu vida mejor que muchos que tienen todo puesto en su sitio.

Porque siempre estabas con una sonrisa en los labios, y siempre que te saludaba, contagiabas ese entusiasmo que muchas veces nos alegró la tarde, cuando el resultado era adverso para nuestro equipo.  

Nunca te cambiaba la alegría y siempre respondías las bromas crueles que te hacía tu gente, y que algún neófito, podía interpretar como burla a tu condición.  Tenías una correa tan grande, mi hermano, que realmente admiraba que no pusieras mala cara, cuando el chistoso del Pato, te ponía alguno de sus chaplines.

Por eso te consideraba un ejemplo de vida, un ejemplo de superación… aunque tú dijeras que no eras ejemplo de nada, que solo eras una persona como cualquiera. Por eso me animé a hacerte esa sesión de fotos, de tu vida familiar, de tu trabajo en los micros, de tu chamba de guía turístico, como esa vez cuando cinco franceses de los Ultras Boys del Strassbourg se quedaron carihuevones de verte a ti, una persona sin brazos, plantándose frente a ellos y hablándoles en su idioma como si fueras un parroquiano del Saint-Germain-des-Prés. Sí, por eso quería registrar un día en tu vida, sin darme cuenta que estaba registrando un día para siempre . Y cuando te conté el motivo, me dijiste, “Claro Watcha, si es para ayudar, cuenta conmigo”… Y ahora no sabes lo mucho que me duele ver esas fotos, que nunca te llegué a enseñar.

Porque reconozco que cuando pude ir a tu casa a darte el CD con las fotos, o no tenía el tiempo, o simplemente tenía flojera… esa flojera que muchas veces me llama a perder oportunidades que luego me he de arrepentir. Porque días antes de viajar a Europa, me encontré contigo en la tribuna sur de nuestra casa. Nos dimos un fuerte abrazo, así suene incoherente decirlo, pero nosotros sabíamos que sí los eran. Y me preguntaste cuándo me iba, y me felicitaste que vaya a hablar de mis libros hasta tan lejos… y yo  prometiéndote que a mi regreso te iba a dar las fotos. Y tú me respondiste como siempre: “¡No te preocupes mi querido Watcha!”.

Pero ya no pude darte nada ni mostrarte las fotos porque un día como hoy, y hace un año, saliste de ver a nuestro Alianza, y seguro sin garganta como todos, para nunca más volver… porque evitaste que un auto se llevara al amigo que estaba caminando contigo al lado. Tú te adelantaste a la tragedia para brindarnos tu sacrificio, que se habría de llevar tu sonrisa, tu alegría, tu ejemplo de vida… porque fuiste ejemplo hasta en el momento de tu muerte, mi hermano.

Y yo recorriendo calles medievales, y tomando cervezas en el día de San Patricio, y hablando de esos dos libros que he podido escribir, y conociendo gente de todos lados, y pensando en muchas cosas; pero, sin pensar que tú no estabas sonriendo… hasta unos días después en que pude conectarme y leer ese mail que me anunciaba que tu ya estabas en algún lugar, pero ya no entre nosotros.

Y hoy como en esa mañana ya tan lejos, me caen unas lágrimas por tu recuerdo, y te pido me perdones, por demorarme un año exacto en entregarte las fotos, tus fotos, que no pudiste ver.

¡Descansa en Paz, Marcelo Campos, mi querido Manotas!





















Fotos: Martín Roldán Ruiz