domingo, 5 de diciembre de 2010

CONGRAINS, LOS PETISOS Y ESTE AMOR NO ES PARA COBARDES.


No sé que habría pensado Enrique Congrains Martin cuando escribía El niño de junto al cielo a principios de los cincuenta. Quizás pensaba en alguno de sus inmediatos lectores de esos años: Estudiantes, intelectuales, escritores, etcétera. O tal vez no. Uno nunca ha de saber bien esos detalles. Lo que sí es seguro, que los escritores de alguna forma imaginamos a los que nos van leer. Es más, algunos vislumbran un tipo de lector que le gustaría sea el de sus libros.

Yo me preguntó si alguna vez Congrains Martin se imaginó que tres décadas después de la publicación de su libro Lima hora cero (1954), donde aparece El niño de junto al cielo, un niño más o menos de la edad de sus personajes, leería su cuento una mañana soleada de 1982. Y que eso determinaría mucho de su gusto por la lectura y por el contar historias.

Esa mañana el profesor de no sé qué curso, había faltado. Entonces el primer año sección F del colegio Guadalupe de Lima, era un caos. Bulla, risas, bromas, cuadernos que volaban. No recuerdo cómo ni porqué, me puse a revisar uno de los libros que tenía en la mochila. Era un texto de Lenguaje y Literatura que consignaba, al final de sus páginas, unos cuentos de autores peruanos. Recuerdo Los gallinazos sin plumas y El niño de junto al cielo. Este cuento me habría de atrapar.

Primero fue el dibujo que acompañaba al texto: Un niño que observaba sorprendido un billete al pie de la vereda. Luego, las primeras líneas harían su labor de engancharme:

“Por alguna desconocida razón, Esteban había llegado al lugar exacto, precisamente al único lugar..., Pero, ¿no sería, más bien, que "aquello" había venido hacia él? Bajó la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.
¿Por qué, por qué él?”

De ahí no paré hasta el final. Y como dije al principio, eso determino mi gusto por un tipo de literatura, la urbana.

Narro esto porque a mi me hubiera gustado ir más allá de la lectura. Por ejemplo me hubiera gustado tener a Congrains en el mismo salón de clases y conversar con él de tan fascinante historia –años después leería Lima hora cero y me quedaría alucinado con el cuento Cuatro pisos, mil esperanzas–. Le hubiera preguntado si los niños Esteban y Pedro existían. Si los conoció. O cómo se inspiro para escribir el cuento. Muchas interrogantes que su cuento había suscitado en un niño de doce años como yo. Pero, más que todo, agradecerle porque me había enfrentado a una realidad que conocía muy poco, la de los niños abandonados en la calle. Los que en los cincuenta llamaban pájaros fruteros, luego petisos y, últimamente, pirañitas.

Bien, pero si como escolar no he podido tener ese privilegio, de tener a los autores en mi salón de clases, para compartir con ellos los detalles de sus historias. Como autor he tenido ese placer de ser invitado a varios colegios.

El lunes 29 de noviembre estuve en el colegio Don Bosco – Salesianos, del Callao. Fue un día especial, porque recordé al chibolo que leía a Congrains en medio del pandemónium de un salón sin profesor.

Nunca pensé tener lectores tan jóvenes. Eran alumnos del segundo año de media que no pasaban de los trece años. Frente a un comentario: “¿Sus cuentos me han servido a conocer una realidad que conocía poco”, recordé esa mañana de 1982 cuando El niño de junto al cielo, me hizo conocer una realidad de las muchas que habían en el Perú. Y le dije que si tenía alguna intención al escribir Este amor no es para cobardes, era la de acercar a jóvenes como ellos, con una realidad que viven inmediatamente.

Si bien esos muchachos conocen lo que es la violencia de las barras de fútbol, solo tienen como información lo que dicen los periódicos que tocan únicamente lo superficial, lo visible, lo general. Pero no van al protagonista, al muchacho marginal, al outsider. Porque los barristas no son causa, son consecuencia de los errores del sistema. Y si mi libro les ayuda a entender mejor este fenómeno, creo que estarán mejor preparados para tratar de solucionarlo, cuando les toque enfrentarlo de manera individual o colectiva.

Como yo que aprendí a entender a los niños de la calle, y no a mirarlos como futuros delincuentes como pensaban algunos amigos. Aunque hay una diferencia: Cuando leí la historia de Esteban y Pedro ya habían pasado treinta años de su publicación. Y los pájaros fruteros de los años cincuenta, no eran lo mismo que esos niños, que a mediados de los ochenta llamarían petisos – por un niño de la calle, apodado así, que murió electrocutado dentro de la caja de uno de los reflectores de la plaza San Martín, para guarecerse de la lluvia – . En cambio el fenómeno de las barras es algo que ven en su día a día.

Para mí fue algo increíble conversar de los cuentos de Este amor no es para cobardes con estos muchachos. Como ha sucedido en los otros colegios donde me han invitado, nunca dejo de emocionarme. Por eso mi agradecimiento a la profesora Eliana Serpa quien fue la que me invitó. Y a las demás profesoras de comunicación y del Plan Lector por haber elegido mi libro para que lo lean sus alumnos. Espero que, como me pasó a mi con El niño de junto al cielo, le agarren el gusto a las historias urbanas.








2 comentarios:

Anónimo dijo...

pucha martín no se que hacen en Guadalupe que no te llaman!!!....ojala el próximo año estés por ahí .
creo que no habría mas grande orgullo para ti comentar tu obra en el gran auditorio Guadalupano...ojala que lista Guadalupe por el cambio haga algo por el colegio y no se pierda la mística que todo Guadalupano tiene...grande martín!!!!

generacion cochebomba dijo...

Creo que en nuestro colegio, como en todos los Nacionales, no leen a autores de estos años... en todo caso prefieren hacerles leer a Cuautemoch Sànchez, o Cohello....libros tipos Quien se como mi queso o el vendendor mas grande del mundo..en fin... yo espero me inviten o que se lea mi libro en colegios nacionales mas que en particulares. Aun espero.

Martin